Alfonso Ussía
No cambies
Mi mujer trabaja desde hace decenios en un hospital. Más de treinta años. Primero en una planta y desde hace quince años en el Hospital de Día aplicando quimioterapias a los enfermos oncológicos. Está diplomada en Pediatría y tiene más de médico que de ATS o enfermera. Cuando sale de la clínica sigue trabajando para los demás. En lo físico y lo espiritual. Mis padres recurrieron a ella siempre que la necesitaron y ella estuvo a su lado sin límites. Algunos de mis hermanos olvidaron su abnegación, porque los seres humanos nacemos egoístas y olvidadizos. Acude –gratuitamente, claro– a ayudar a todos los que se lo piden, que no son pocos, porque su familia y sus amigos son numerosos. Domina como nadie a la pereza y al sueño, y le irrita que elogien su entrega hacia los demás. Este preámbulo me va a costar un serio disgusto. Se me ha ocurrido principiar así para aclarar un algo mis ideas en el establecimiento de las comparaciones. No escribo de una injusticia, porque ella jamás ha buscado nada en el todo que ha dado. «Sólo tengo lo que he dado» podría ser su lema. Otros tienen lo que le han quitado, y nada le duele ni le molesta. Desde que falleció su madre es también la madre de sus hermanos y la abuela de sus sobrinos, además de los siete nietos de tres hijos que la vida le ha regalado. No le interesan ni el lujo ni el dinero, y menos aún, si el dinero es ajeno. Su ilusión es una casa en La Montaña, muy cerca de sus raíces, con un jardín frondoso y un horizonte reducido de hortensias y buganvillas. Todo ello regalado por Dios, que es su amor profundo, lo cual me molesta en algunas ocasiones porque el que ha pagado la hipoteca he sido yo, pero ella, hasta ese mínimo detalle, a Dios se lo agradece. Nunca jamás he abierto su correspondencia bancaria. De cuando en cuando, el Banco le devuelve algún recibo por falta de fondos, porque de nada sirve ser cliente durante cuarenta años de una entidad bancaria para tener la amnistía de un levísimo desajuste durante unas pocas horas. Pero hace unos días me mostró las cifras de su ahorro, de sus casi cuarenta años de trabajo, de sus miles de horas extraordinarias no cobradas, de sus servicios fuera y dentro de su hospital para ayudar a sanar, a vivir y a morir a sus enfermos. Tiene casi mil euros. Y se siente millonaria. Se considera una privilegiada y no piensa cambiar ni de oraciones, ni de esfuerzos ni de gratitudes. Jamás se le ha pasado por la cabeza herir a nadie, y cuando en mis escritos me manifiesto excesivamente áspero o duro con alguien a quien ella no conoce, ni ha tratado, ni piensa conocer y menos aún tratar, me advierte de que he podido equivocarme.
Hace días, otra mujer, que en nada se parece a Pilar Hornedo Muguiro, declaró ante el juez. No es feliz. Está utilizando a personas cercanas y leales a su amistad nueva para fines oscuros y nada deseables. Confunde a la gente. Usa de la fuerza de un importante periódico para conseguir su propósito, que no es otro que ella y su marido salgan airosos a costa de dinamitar el sistema que hemos elegido millones de españoles para intentar ser libres. Nadie le ha dicho a la cara que su marido no está en la cárcel por unos papeles más o menos creíbles. Unos papeles en los que apuntaba pagos de cuyos importes nadie firmaba su recepción, que valoraba en euros lo que era en pesetas y en los que no aparecen las supuestas e ingentes cantidades que recibía de empresarios interesados en ayudar al partido político del que fue intocable tesorero durante más de quince años. En esos papeles no se leen las cantidades que se recibían, ni las que él reconocía haber percibido, ni el porcentaje de lo que no ingresaba su partido político. Simultáneamente, su fortuna, la del marido de esta mujer manipuladora, crecía y crecía en Suiza y otros paraísos fiscales hasta alcanzar una suma escandalosa. Y esa fortuna, y el origen de esa fortuna, y no los desalmados papeles que está por ver si responden a la realidad, son los que mantienen a su marido en Soto del Real. Esa mujer está removiendo Roma con Santiago, o el paddle tenis con el esquí, o los restaurantes de Lyon con el Caribe para que todo quede en aguas de borrajas. De tonta no tiene un pelo, como le dijo al juez, y prueba de ello es que a pesar de su infelicidad actual y de no haber trabajado en su vida, dicen que tiene fuera de España y a su nombre una cuenta de diez millones de euros. Muy extraño que en su periódico no se recuerde ese pequeño detalle. Y mi comparación es ésta. Creo que a su lado, mi mujer es multimillonaria. Y libre. No cambies.
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