Tabaquismo

No fumar

La Razón
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Vivo en el país del optimismo. Sumido en una alborozada cacofonía que con frecuencia resulta intragable. Lo pastorean bien todos esos coachs, gurús y guías, armados con sus consejos y sus libritos, chatarrería intelectual al kilo. Qué decir de la imposición de la enfermedad como una buena nueva. Algo así como una crisis millonaria en posibilidades de las que sólo renegaría un flojo. Más que enfermar pareciera que el paciente compite en unos juegos olímpicos. Ánimo tío. Menuda suerte la tuya. Así de chungo. Anda que no vas a guerrear y dar mucho por saco en las redes sociales. En ese bucle de palabras necias no podía faltar la épica lucha contra el tabaquismo. Lo he comprobado durante mi infructuosa búsqueda de una web seria, que informe con saña imprescindible de los mordiscos del síndrome de abstinencia. Acumulo casi una semana lejos del cigarrillo y, enemigo declarado de las sorpresas, agradecería que alguien me detallara las próximas miserias físicas y psicológicas. Imposible. Leyendo a estos mamarrachos jurarías que dejar de fumar será una de las cosas más placenteras que harás en la vida, y claro, siento simpatía por los ingenuos, pero aborrezco a los listos, que ningunean el dolor. En ese mundo suyo, saludable y falso, apenas sí hay espacio para el escalofrío, el aguijonazo y la náusea. Euforizados de mentiras, te quieren risueño cuando realmente aspiras a que alguien asienta mientras sufres, haciéndose cargo de la gravedad del instante y no tratando de abaratarlo con una retahíla de lugares comunes y enjuagues mandarines. A modo de posdata encuentro todo un catálogo de alternativas al cigarrillo. A cada cual más insoportable. No contentos con mi agonía, canino de monóxido e incapaz de hilvanar dos puñeras frases en este artículo, insisten en promocionar la apostasía de casi todo lo que amas; también la adquisición de numerosas prácticas y costumbres ciertamente espantosas. Olvida las tertulias. Renuncia al café, al vino, a la cerveza, al whisky. A la noche en general y a casi todas las actividades que solías practicar mientras fumabas (leer, escuchar música, etc.). Abraza el deporte, el running, el jogging y los manuales fanatizados del plasta de Murakami, los zumos, los jugos y los batidos, la fruta, el agua y la compañía de cuantos grotescos corredores vestidos con chándal fluorescente encuentres en el parque. Porque de ellos es la verdad o, en su defecto, la lozanía. Qué cosas. Buscabas la cruda realidad. Ahí la tienes. Vestida con zapatillas deportivas. Tan coñazo como tu síndrome de abstinencia. Al menos ahora, leyéndoles, ya no me siento un completo gilipollas. Pasan de explicarme los padecimientos diarios, que sería estupendo, pero en los deleites que me ofrecen encuentro motivos para maldecir como un pirata cojo en una novela de Stevenson. Así sí. Situado frente a un inventario de ocupaciones aborrecibles, en la tesitura de abdicar de mis mejores pasatiempos y, en suma, identificados unos cuantos motivos para despotricar con saña, logro reconciliarme con mi angustia. Quiero decir que puedo ir tirando.