Ely del Valle
Normalidad
Durante los últimos años nos habíamos acostumbrado a que de cuando en cuando el Gobierno catalán se descolgase bien con una salida de pata de banco, bien con una petición casi siempre traducida a euros. Lo que resulta novedoso es que lo más granado del Palacio de la Generalidad se traslade por capítulos hasta Madrid para charlar amigablemente con el presidente y su mano derecha. Y miren por dónde, resulta que las dos reuniones, la de Rajoy con Puigdemont y la de Sáenz de Santamaría con Junqueras, han transcurrido con una cordialidad que nos tiene algo descolocados. Ni los primeros se han agarrado del cuello ni los segundos se han lanzado al rostro el guante de la Constitución, lo que no quiere decir que hayan llegado a ningún acuerdo concreto, pero los reproches han quedado barnizados por una capa de civismo que no veíamos desde hace mucho tiempo. Por lo visto, de lo que se ha hablado a dos niveles es de lo malísimamente mal que se porta el Estado con la economía catalana y de esa desconexión imposible ante la que los independentistas ponen la misma carita de amor y de deseo insatisfecho que la del toro de la copla cuando contemplaba la luna. Nada nuevo en el fondo, pero sí mucho en las formas, que han dejado de ser las de una velazqueña pelea a garrotazos para convertirse en algo tan poco «normal» como es, en este caso, la normalidad institucional.
No sabemos si a este novedoso estado habrá contribuido aquella extraña reunión que mantuvieron hace meses De Guindos y Junqueras en el aeropuerto del Prat, o si será que ante la inminencia de unas nuevas elecciones a unos y a otros les conviene dar una imagen distinta a la de la confrontación permanente, pero sea como fuere, se agradece que de vez en cuando seamos capaces de mantener la apariencia de un país medianamente serio.
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