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Nunca más

La Razón
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Hay cosas que no deben volver a ocurrir. Cuando hace poco más de 2 años los dirigentes de la federaciones más importantes del PSOE hicieron campaña en favor de la candidatura del Sr. Pedro Sánchez a la Secretaría general del Partido Socialista y convencieron a la mayoría de militantes de que era la mejor opción, no calibraron las consecuencias de todo ello.

En efecto, el entonces desconocido Sr. Sánchez, llegó con el voto prestado de los hoy denostados presidentes autonómicos y dirigentes territoriales, y prueba evidente fue el esfuerzo que supuso en la Federación socialista madrileña lograr el apoyo mayoritario a su candidatura.

Sin embargo, decidió envolverse en ese voto para no someterse al control democrático sobre la Dirección, ni a la crítica política y para debilitar y eliminar a aquellos que habían hecho posible que llegase a la cuarta planta de la calle Ferraz.

Después de meses de malestar y desencuentros, lo que ha ocurrido en los últimos días es el resultado de una gestión no compartida por la mayoría y que ha sido rechazada por los electores con sonoros fracasos electorales.

El detonante, sin duda, fueron las elecciones vascas y gallegas en las que, esta vez, el PSOE ni siquiera venció a las encuestas. La respuesta del Sr. Sánchez fue, lejos de la reflexión sobre su caída libre, un intento de perpetuarse en la responsabilidad con una votación en unas presuntas elecciones primarias que, en realidad, respondiese a la pregunta: ¿quiere usted que gobierne Rajoy o, por el contrario, prefiere que Sánchez siga siendo Secretario general del partido?

En efecto, el Sr. Sánchez había planteado todo el debate de su continuidad dividiendo en dos bandos: los que están con él y el resto que está con el Sr. Rajoy. No había un plan, ni había gobierno alternativo porque es imposible, ni oposición, ni decisión de ir a elecciones. El Sr. Sánchez se hubiese abrazado a cualquiera de las opciones a cambio de permanecer al frente del PSOE, pero finalmente decidió primero asegurar su sitio y después, tomar la decisión.

El Partido Socialista no es eso, como tampoco es lo que vimos el sábado. Históricamente ha sido el partido más respetuoso con las normas y la democracia, porque ese respeto es la esencia del republicanismo cívico.

No se reconoce el PSOE en un pucherazo en las urnas, ni tampoco los militantes más veteranos hubiesen podido imaginar a la Dirección política convocando una manifestación en la puerta de la Casa del Pueblo, como la que se produjo el sábado, y que fue alimentada y utilizada por activistas podemitas e incluso algún cargo público del Partido Popular.

Tampoco es cultura socialista el desgaste al que han sido sometidos presidentes autonómicos y alcaldes que no compartían la manera errática de dirigir el partido del Sr. Sánchez.

La arbitrariedad y la injusticia, una vez permitida, abre la puerta a otras muchas. La primera fue en la Federación de Madrid y, a partir de ahí, el Sr. Sánchez pensó que era impune.

El pucherazo del sábado tuvo como precedentes los que protagonizó en Madrid el Sr. Rafael Simancas, cuyo nombre siempre aparece relacionado con los conflictos madrileños desde el "tamayazo".

Él fue encargado de aquella inefable votación en que le salieron más votos que personas presentes, también fue el intérprete del “sentido de voto en las asambleas del PSOE” en las que no se votó para nombrar candidato al Sr. Ángel Gabilondo. Después llegó la destitución del Sr. Antonio Carmona o la de los compañeros de Palencia, Murcia, Logroño, así como la exclusión de la mitad del socialismo gallego en las listas electorales, por poner algunos ejemplos. Destrozar la imagen del PSOE de esa manera es imperdonable y descalifica a los dirigentes.

El PSOE va a tener que trabajar muy duro para restablecer su imagen. Muchos dirigentes lloraban de impotencia el sábado viendo el daño que se hacía a una institución que han heredado de muchas generaciones de luchadores.

El Sr. Sánchez ya llegó dimitido el sábado, pero decidió que si no era para él no era para nadie. Solo hacía falta una votación para demostrar lo que ya se sabía, que ya no era el líder. El precio fue alto, pero mucho más caro hubiese sido mantener la arbitrariedad, la falta de rumbo y la inconsistencia política.

La lección está clara, nunca más el PSOE puede volver a equivocarse, un buen líder no te asegura la victoria, pero uno malo es garantía de fracaso y casi de suicidio en este caso.