Alfonso Ussía

Obispillos

La Razón
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Un obispo separatista vasco puede llegar a ser brutal por su sinceridad aldeana. El obispo separatista catalán es melifluo, pulido, afectado y pamplinero. Elijo la perversidad mostrada antes que la oculta. Soy más cantábrico que mediterráneo y prefiero enfrentarme a un burro que a un alacrán. No he conocido maldad conceptual como la del obispo Setién, Emérito de San Sebastián. Fue sustituido por monseñor Uriarte Goricelaya, que provenía de Zamora, y pariente cercano de la dirigente batasuna Jone Goricelaya. Es también Obispo Emérito de San Sebastián. Menos seco que Setién y más bondadoso en apariencia, pero con el separatismo emergente desde sus cejas. Hoy, San Sebastián tiene un obispo extraordinario, con una cualidad fundamental para ser un buen pastor de su rebaño. Cree en Dios, y es tan vasco como sus predecesores, si bien Setién, que nació en Hernani, lleva con resignación su primer apellido, montañés y santanderino. Setién y Uriarte utilizaron dos tácticas. El primero no ofreció margen a la duda. Se situó más cerca de los verdugos que de las víctimas, a las que trató con humillante desprecio. -¿Dónde está escrito que hay que querer a todos los hijos por igual?-, le soltó a María San Gil en su despacho episcopal. Uriarte jugó a la equidistancia. En los años duros del terrorismo vasco, la equidistancia no significó otra cosa que la comprensión del «conflicto político». Lo manifestó sin taparse el rostro de vergüenza en un reportaje de TVE el párroco de una localidad vizcaína: -No soy partidario de los disparos en la nuca, pero también hay que comprender a estos chicos, que luchan por su libertad-. La perversión del concepto y el lenguaje, y por supuesto, la infinita lejanía del amor cristiano.

En los años más duros, desde muy altas instancias y en tres ocasiones, se solicitó respetuosamente al Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, el relevo de monseñor Setién. Pero los tiempos de la Iglesia no son los mismos que los del mundo. No obstante, Setién y Uriarte jamás engañaron a nadie. Se sabía con quienes se encontraban más a gusto, y admitían con serenidad las críticas adversas. De cuando en cuando, el primero de ellos, se manifestaba dolorido por medio de su Vicario General, monseñor Pagola, que era un pájaro de cuentas. Todavía hay muchos sacerdotes en Guipúzcoa, Vizcaya, Álava y la zona norte de Navarra, que insisten en el «conflicto político» y muestran sus simpatías por los herederos del terrorismo, muchos de ellos –entre los cuales destacan Otegui, «Josu Ternera», De Juana Chaos y el «Carnicero de Mondragón»–, orgullosos y no arrepentidos de haber pertenecido a la banda terrorista. Otegui se mueve más por Barcelona que por San Sebastián, y ello ha contribuido al sosiego en los territorios vascongados. Pero insisto. Sus obispos se situaron más cerca de los etarras y batasunos que de las víctimas. Fueron capaces de dificultar los funerales y Misas por el alma de un representante del pueblo donostiarra, Gregorio Ordóñez, y lo hicieron sin esconder sus perversidades.

Ahora, con lo de Cataluña, ha surgido un obispo, el de Solsona, que nada recuerda a los vascos excepto en su descarado separatismo. Es un Puigdemont con mitra, una Forca-dell vulnerada. Así como me figuro a Setién y Uriarte Goricelaya defendiendo sus incomprensibles desviaciones pastorales ante sus superiores, intuyo que el obispo de Solsona es hombre de muy limitada valentía. Un extraordinario personaje de nuestro siglo XX, gran conocedor de las personas y patriota insuperable, me lo comentó pocos días después de conocer al ex juez Baltasar Garzón: -Desconfía de los hombres con aspecto de barítonos que tengan voz de sopranos-. Le sucede a este obispo de Solsona, que representa la gamberrada catalana separatista. Ha establecido y remarcado la línea que separa a sus ovejas. Las buenas, independentistas, y las malas, todas aquellas que aman a Cataluña sin renunciar al amor a España. Pero me vuelve a sorprender la lentitud y parsimonia de la Santa Sede ante hechos tan vituperables como demostrados. Antaño, tardaban en llegar al Vaticano los documentos que confirmaban las conductas reprobables y las pruebas del delito. Hoy, por medio de las redes sociales, se invierte un segundo y se puede ver y oír al meloso Obispo de Gerona atacando los fundamentos católicos desde su catedral. Nadie le ha llamado al orden, quizá a sabiendas, que no va a resistir el chorreo. Que actuará como la Forcadell ante el bondadoso magistrado del Supremo, que se levantó dispuesto a creerse hasta el cuento de Caperucita. Para mí, que el pulido, afectado y pamplinero Obispo de Gerona es muy capaz de declarar que toda la porquería y el odio que ha salido de su boca, hay que interpretarlo simbólico y sin importancia.

Entre tanto, la Iglesia, quieta y expectante. Es posible que en el siglo XXIII sea suavemente amonestado.