Julián Redondo
«Offshore»
Lunes, víspera de un partido colosal o infumable en el Camp Nou, intenso o tibio, lo que el Barcelona y el Atlético estimen, «que es la vida en un minuto», advierte Cholo Simeone para no entrar dormidos al campo –¡han perdido tantas guerras antes del toque de zafarrancho...!–; «el reto que nos pone», proclama Piqué como si el pasado sábado no hubiera sucedido nada.
Primer día de la semana, lluvioso, desapacible, sembrado de atascos en Madrid, agitado por los «papeles de Panamá», por los malabares de Messi con Hacienda y oscurecido en todos sus tonos grises de primavera furtiva por las muertes de Manolo Tena (64 años) y de Chus Lampreave (85). DEP. Es 4 de abril de 2016 y hay que detenerse en las posibles alineaciones del Barça, con los mejores efectivos a punto, y del Atleti, vendado hasta el toque de queda porque, aunque juega Godín, ¡aleluya!, la incógnita es Savic.
Y hay que pararse y averiguar qué demonios es una «offshore», todo lo contrario de una sociedad que no ha podido proteger «los datos activos, la confidencialidad y la privacidad de sus clientes» porque Mossack Fonseca no era ni la millonésima parte de impermeable de lo que presumía. Surgen así de las catacumbas nombres de ricachones, multimillonarios que por unos 600 euros anuales, por una propina, guardan en Panamá la pasta gansa con todas las «ventajas fiscales» ahora al descubierto. Ni John Le Carré hubiese podido imaginar que podía saltar por los aires un paraíso fiscal del tamaño de la Tierra; ni el sastre, Geoffrey Rush, evitarlo.
Cuidado que hay dinero por ahí en conserva, lavado, que no pasa los controles del salario del ciudadano medio, del aficionado al fútbol que, después de frito a impuestos, ahoga las penas ante un gran partido. Y el Barcelona-Atlético, menos tintado de azulgrana por el balsámico triunfo del Real Madrid en el Camp Nou, lo es y dura 180 minutos, por lo menos.
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