José Luis Alvite

Orgullo de papel

Orgullo de papel
Orgullo de papellarazon

Misión cumplida: mi vida profesional ha dado la última curva del camino y al periodismo de siempre se le agota un estilo y se le acaba el papel. Alguien convirtió en un simple negocio lo que, hasta no hace tanto, sólo era una necesidad, un vicio, acaso un sacramento. Creo que ya casi no quedan periodistas como aquéllos, tipos como los de antes, una apnea de fulanos insomnes que en la asfixia del franquismo echaron branquias en el esparto de su saliva y aprendieron a escribir porque necesitaban algo distinto que leer. Sufrí los rigores de un director de periódico que me puso muchas veces contra las cuerdas porque me exigía una disciplina doctrinal a la que siempre me había resistido y recuerdo que en una de aquellas discusiones casi llegamos a las manos. Ni a mí me faltaban razones para desobedecer, ni eran por completo injustas sus exigencias. Mi oficio me llevó luego por otros caminos y él siguió donde estaba. Reflexioné mucho desde entonces sobre aquellos incidentes y las dudas a las que entonces hube de sobreponerme para no arrojar la toalla y seguir. Al cabo de algunos años nos reencontramos y saldamos deudas. Él pidió disculpas por los grilletes de tiempo atrás y a mí no me importó reconocer lo útil que alguna vez para escribir con dolorida franqueza me había sido odiarle. Y ahora que al sacramental periodismo de entonces se le acaban el entusiasmo, la ginebra y el papel, no me importa reconocer que fue de aquel tipo de quien aprendí que el periodismo es una de esas cosas apremiantes y hermosas, tan tentadoras, que hay que vivirlas antes de soñar y jamás dejarlas para después de comer, de mear o de dormir. Naturalmente, el final del papel no extingue el periodismo, ese viejo oficio en el que la dignidad tanto se parece a menudo al cansancio y en el que a veces hasta resulta admirable y hermoso que la actualidad se parezca horrores a lo que dicen de ella las noticias.