Ángela Vallvey

Ortografía

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Tengo una amiga disléxica. Cierta dislexia se supera (eso dice ella) y, aunque le costó, amaneció el día en que creyó que estaba curada. Justo entonces llegó la era de los sms, internet, las redes sociales, las tramas antisociales... Las faltas de ortografía «molonas, rebeldes, contraculturales, omnipresentes» se pusieron de moda, para su inenarrable horror de disléxica semirehabilitada. Siempre me he sentido concernida y preocupada por la educación pública, y he soñado y he trabajado y he escrito en pro de una España «menos rústica e intransigente», como tantos antes de mí –y los que vendrán–, que se han dado de bruces contra el pasmo de la realidad y no por ello han dejado de intentarlo. Incluso contra el ruido y la furia, contra la falta de respeto y la falta de pago moral o estético, contra el gregarismo, el «hooliganismo» y el ardid superrealista de la propia conveniencia pecuniaria. Así lo hicieron Jovellanos, Gracián, Saavedra Fajardo, Quevedo... Hay que atreverse a desafiar el clamor popular, que no es moco de pavo, sobre todo cuando se escribe «klamó ppulá q no s moko de pabo». Estas... cosas, estas frases (lo que sean) salen de la tecla de gente supuestamente alfabetizada. Veo incluso a escritores (o así autodenominados) escribir igual que monos locos con prisas por redactar la crónica de un selvático auto sacramental para su puñetero «blog». ¡Los he visto, en Facebook, en Twitter...! Y ni siquiera son disléxicos. En vez de ponerse al servicio de la inteligencia (¡de la ortografía!), favorecen la involución del entendimiento, impertérritos. A mí me gustan los anglicismos, las contaminaciones idiomáticas, las lenguas vivas..., sí. Pero, esto..., es una bomba atómica para el pensamiento. La Edad de Piedra en la Era Electrónica. (Y me parece que practicar la incultura supone, además, un esfuerzo agotador).