Restringido
Pactar contra el terrorismo
El terrorismo no es una cuestión de desalmados o de criaturas inhumanas o de individuos que sólo saben matar. Todos estos tópicos pueden resultar consoladores, pero ocultan el esencial sentido político que tiene la violencia de las organizaciones terroristas. Un sentido que no es otro que el de imponer a la sociedad un modelo de dominación determinado –no importa si al amparo de la sharía, de la revolución proletaria o de la exaltación nacionalista– que destruye el sistema actual. Por eso, cuando hay que combatir el terrorismo porque nos ataca y nos mata, necesitamos reafirmar los valores y las instituciones que inspiran la configuración de nuestra democracia. Hemos de hacerlo todos juntos porque, más allá de nuestras diferencias, defendemos lo esencial. Los pactos antiterroristas son así la expresión de nuestra unidad en defensa de la raíz inalterable de nuestro sistema constitucional: los derechos humanos, los principios de libertad, igualdad y pluralismo, la separación de poderes y la elección por todos, mediante el voto directo y secreto, de quienes nos gobiernan.
Sin embargo, no podemos ocultar, aun en medio de la vorágine moral que provocan unos atentados como los de la semana pasada en Cataluña, que el sistema que defendemos y por el que nos atacan es el mismo que algunos entre nosotros –como los izquierdistas de Podemos o los nacionalistas ávidos de independencia– repudian. Tal es el motivo por el cual no es posible contar con ellos. Y por eso también carece de sentido sentarlos a la mesa –aunque sea como observadores– en pos de una falsa imagen de unidad que apenas dura unas horas o unos días y que revienta a la primera de cambio.
Que no haya unidad para luchar contra el terrorismo es ciertamente un problema. Pero que la unidad se convierta en una mera apariencia constituye un problema aún mayor porque impide progresar en la acción. Lamentablemente nuestros dirigentes no lo han comprendido y, por eso, el Pacto Antiyihadista, más allá de su momento inicial en el que inspiró una reforma relevante penal, ha quedado vacío de resultados. Pero ahora que nos han atacado en Alcanar, Barcelona y Cambrils, lo que se necesitan son soluciones a los graves problemas que esos atentados han desvelado. El catálogo es amplio: están las carencias profesionales de los Mossos que impidieron el seguimiento del imán de Ripoll así como la identificación inmediata del origen de las explosiones en Alcanar; la descoordinación entre los cuerpos policiales; la insólita carencia de medios de seguridad pasiva en las zonas urbanas con gran afluencia de público; las implicaciones que la yihad terrorista plantea a la política de inmigración; las ayudas sociales a individuos relacionados con células terroristas; el control de las mezquitas salafistas en las que se enaltece la violencia; la ineficacia de los métodos para combatir la financiación del terrorismo; y así un largo etcétera. Suscribo por ello la propuesta de Ciudadanos para «hacer autocrítica y ver en qué tenemos que mejorar». De eso ha de tratar el pacto.
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