Martín Prieto

Pactos en la niebla

La Razón
La RazónLa Razón

Grecia cuenta con un sistema electoral que regala un paquete de escaños a la lista más votada por escuálida que sea, lo que fortalece la gobernabilidad, y aún así Syriza necesitó de algunos diputados de extrema derecha para iniciar su odisea de Ulises, hoy en el cajón de los experimentos demenciados. Las aventuras de Tsipras y Varufakis anegaron nuestros medios de comunicación, mientras ahora se produce un apagón informativo sobre la política portuguesa en plena ebullición. En octubre ganó las elecciones por mayoría minoritaria el conservador Pedro Passos, quien formó gobierno según la tesis democrática de que gobierna el más votado. Las buenas intenciones duraron 11 días, que es lo que tardó el líder socialista Antonio Costa en urdir un frente popular postelectoral con su aborrecido Partido Comunista, la Izquierda Antiliberal y una sopa de marcas blancas marxistas que superaron la ventaja de seis puntos obtenida por el centro-derecha. El presidente portugués sopesó elecciones anticipadas en junio, pero finalmente dobló el brazo ante Costa a cambio de la promesa de no abandonar la OTAN. La política portuguesa es una olla de grillos de extrema izquierda puestos a hervir, y conviene que estudiemos lo que pasa en Lisboa.

Por las características de una campaña que empezó cuando terminó de rugir la prima de riesgo, con el bipartidismo roto (aunque no muerto), la beligerancia televisiva y el votante medio con los moratones de la crisis, habría sido milagroso que el PP repitiera una mayoría absoluta que fue beneficiosa en la tormenta financiera internacional. Pero una minoría simple de Rajoy mueve a la melancolía del fado y a cantar «María la portuguesa», del malogrado y llorado Carlos Cano. El jovencísimo e inexperto Albert Rivera (todos los aspirantes lo son y sólo Rajoy es senior) ha repetido que Podemos no entrará en un Gobierno «popular», pero deja la puerta abierta a pactos puntuales o acuerdos de legislatura, lo que supondría el escenario menos tenebroso. El problema de Rivera es de identidad y necesita quitarse de encima el sambenito de secuela de UCD o marca blanca del PP, lo que le obligaría a engallarse continuamente ante Rajoy. Esa legislatura sería inestable y necesitada de marcapasos, aunque sería la conjunción de las afinidades electivas.

Felipe González designó a Fraga «jefe de la oposición», y menos aceite da una piedra, pero el socialismo español nunca ha entendido a sus homólogos alemanes, que van por la tercera coalición con la derecha, y Pedro Sánchez, por sus filípicas, parece considerar que acostarse con la señora Merkel es más pecaminoso que la lujuria desbordada. De Alemania, ni habla. Su programa, explícito, es sacar a Mariano Rajoy de La Moncloa como bálsamo de Fierabrás para nuestros problemas. Lo que más le habrá dolido a Rajoy de esta campaña analfabeta no habrá sido el puñetazo de Pontevedra, sino la vileza con la que le ha atacado el inestable jefe socialista. La corrupción en democracia es una ocurrencia socialista, que mantiene viva en Andalucía, y es villano negar al PP su, siempre mejorable, gestión de una crisis que el PSOE llegó a negar. Junto con Podemos la visión de España es la de fallecidos en los pasillos de los hospitales a causa de los recortes o la de niños famélicos por una hambruna como la de Sudán del Sur. El populismo, la demagogia, el oportunismo, producen tantos monstruos como el sueño de la razón. En un Gobierno minoritario de Rajoy nadie ve a un socialista o a un podemita ni de observadores y el PP (salvo acuerdos con Ciudadanos) tendría que gobernar por decreto-ley y al albur de mociones de confianza. Inestabilidad, cuando lo prioritario es terminar de atornillar la economía y hasta buscar nuevos modelos productivos.

En un ejercicio meramente teórico habrá que contar cuántos escaños suma la derecha con sus variantes y cuantos una izquierda que llega hasta el antisistema. Somos un país en el que la elección del presidente de Cataluña está bloqueada por diez señoras y señores que quieren irse de España, de la UE, de la OTAN y del sistema solar. Si Rajoy no da el «sorpasso» sólo se adivina un pacto, y entre tinieblas. Tras unas elecciones perdidas por el PSOE, Alfonso Guerra dijo aquello de «el pueblo español se ha equivocado». El voto es soberano, pero ójala hoy no haya que repetir lo mismo.