Ángela Vallvey

Paja

La Razón
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Antes se los llamaba «hombres de paja». Hoy se usa la calificación de «testaferros». En el siglo XIX español, abundaban más que los resfriados. Era una profesión reputada. Claro que, por entonces, los hombres de paja servían para cumplir las penas de cárcel a las que daban pie los prohombres que escribían en los periódicos amparados con un seudónimo. Dichos señores publicaban todo tipo de invectivas que enardecían a la autoridad, que terminaba por imponer condenas a presidio sobre el periódico... Esos listos escribían con desfachatez, pero la responsabilidad penal caía siempre sobre las costillas del hombre de paja, que recibía un sueldo por embucharse el marrón. Los testaferros del XIX llevaban una vida apacible: comían en prisión gratis, dormían bien, y tenían tiempo de ahorrar unos duros. Cuando salían, hacían vida de rentistas. En la época alfonsina, figuraban como redactores, y hasta directores, de periódicos a menudo satíricos, muy virulentos. Cobraban un sueldo, y dietas, y se responsabilizaban de todo lo escrito, pese a que la mayoría eran analfabetos. Se publicaban muchos artículos delictivos, y ellos se autoinculpaban raudos. Se dice que un tal Albitos cobraba 40 duros al mes, y si lo metían en la cárcel, tres duros diarios por dietas. Se puso contentísimo cuando lo condenaron a tres años de prisión porque, con sus estipendios, pudo pagar el tratamiento médico de su hija tuberculosa. (Sí, el asunto era tan cómico unas veces como trágico y conmovedor otras).

El caso es que la profesión periodística era la forma común en que cualquiera con ambición accedía a los altos cargos de la política (o sea: de la fortuna y la gran posición social). Por eso el periodismo político se practicaba con fruición. Si hacemos recuento, veremos que prácticamente todos los personajes políticos del XIX... ¡eran periodistas! En la Prensa conseguían fama, que luego solían consolidar en la política –y más si tenían un amigo militar impulsivo y presto a blandir el sable–. El «cuarto poder» permitía escalar sobre los otros. Los periódicos abundaban antaño en papel como hogaño en digital. Y los periodistas/políticos obedecían al retrato que compuso un poeta medianillo pero atinado: «Tenorio, tremendón y calavera, buen mozo, bien plantado y periodista, sangre andaluza, vientre de pancista... No hay filiación, partido ni bandera, al que no haya pasado ya revista: fue isabelino, luego amadeísta, y mañana será lo que usted quiera».

(Parece que fue ayer).