Paloma Pedrero
Paloma Pedrero
Quizá lo más bello de la vida sea el que no hay dos miradas iguales. No hay dos pensamientos ni dos sentires iguales. Cada alma es única. Y pululamos por un mundo diverso creyendo que todos ven lo que alumbra mi luz. Por qué no nos enseñan desde pequeños que cada espejo refleja de una manera; que nuestro dolor será menos si acompañas el dolor ajeno. Se llama compasión, o empatía, y es tal vez lo único que, a grandes dosis, conseguirá un contagio masivo. Porque lo bueno también se contagia, incluso la paz. De lo malo estamos casi todos hartos. Las noticias son nefastas. Y cuando aún no has empezado a asimilar el telediario, te tapan la boca con un anuncio de bombones, o te ponen unos guapos hiperactivos en un cochazo. El mundo que conozco agoniza. Sobrevivimos a la corrupción metiéndonos ilusiones falsas en vena. Quiero ser ese hombre, quiero esa nariz, quiero ese abrigo, quiero ese éxito. Hablamos y hablamos para espantar el mal. Hacemos que escuchamos, pero nuestro run run interior nos ensordece del otro. ¿Qué quiere el otro? ¿Por qué grita para aturdirse? Y seguimos en el yo. Yo quiero llevarme la tierra para mí, o acosar a esa mujer hasta donde sea mía, o cerrarte mi casa y mi corazón. ¿Y usted que siente? Yo zozobra. Por la velocidad de la vida extraviada. Por su violencia. Por un año más buscando esperanza debajo de las piedras. Mejor en otra mirada, en una inocente.
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