Alfonso Ussía
Pan..
En la Venezuela bolivariana, chavista, madurona y podemita, el hambre tiene hambre. No hay pan. Las estanterías de los supermercados se ofrecen vacías. De nuevo, a la intemperie y con las víctimas en las colas interminables, el fracaso del comunismo. Empiezan a caldearse los ánimos en el Petare, un inmenso barrio de chabolas obedientes. Chávez les prometió todo a sus habitantes, que ya han entendido el valor de las promesas. En las panaderías, el cartel tremendo. «No hay pan». Con el pan no se juega ni se hacen bromas. Cuando hay bromas, hay pan. En los estertores de la Segunda República se originó una pugna entre los panaderos y el Gobierno. Los panaderos querían subir el precio del pan y el Gobierno amenazó con cerrar las panaderías díscolas. Al fin, los del gremio alcanzaron un acuerdo que fue versificado por un ingenio del Foro: «Los panaderos están/ unidos en firme empeño./ No van a subir el pan/ pero será más pequeño». Así el deprimido diálogo cervantino:
¿Es necedad amar?-; - no es gran prudencia-; -metafísico estáis-; -es que no como.
El Estado venezolano compra el grano de trigo. Venezuela no lo produce. Y el Estado no tiene con qué comprarlo. Fuera de Venezuela, se engordan de intereses las cuentas multimillonarias en Andorra y Suiza de los Maduro, las niñas de Chávez, los gerifaltes bolivarianos, los generales narcotraficantes y los colaboradores del poder omnímodo. Con una décima parte de lo que han robado los bolivarianos, Venezuela tendría pan para muchos años. En las panaderías se advierte que no hay pan, y a España vuelan los dólares americanos, las divisas inalcanzables para los venezolanos, que aterrizan en Madrid, después de efectuar diferentes escalas bancarias, con sus alas moradas. Y mientras Venezuela se muere de hambre, porque el hambre se está muriendo por sí sola, el pan no falta en los comedores de Miraflores, en las despensas de los generales y en los estómagos de los amigos del poder.
El dinero que falta en Venezuela para comprar el pan que no existe, hay que buscarlo en Andorra, en Ginebra, en Zurich, en Liechtenstein y en Mónaco. Una parte, también en Madrid, pero la Fiscalía es lenta y no desea entorpecer el sosiego en la administración de «Podemos». La estructura económica de Venezuela es de cartón. Los dirigentes bolivarianos se han llevado hasta las bolsas. Tampoco hay bolsas en los supermercados, y como ha dicho el propietario de uno de los centros más importantes de Caracas, ¿para qué necesitamos bolsas si no tenemos nada para llenarlas?
Maduro no es un individuo cultivado. Probablemente ignora quién fue y cómo terminó Nicolae Ceaucescu, el anfitrión de Carrillo en sus estíos dorados. Ceaucescu y Elena, su mujer, eran mucho más temidos en Rumanía que Maduro y su «amorsito» en Venezuela. Y todo comenzó en una gran concentración frente al descomunal palacio que se había construido el dirigente y asesino comunista en Bucarest. Creía que era aclamado por la multitud hasta que oyó el significado de los vítores. «¡Drácula, Drácula!». Huyó en helicóptero, pilotado por los suyos. Pero los suyos lo depositaron en un punto lejano y entregaron al matrimonio. Un juicio sumarísimo, en el que el abogado defensor actuó como el más estricto fiscal. La grabación íntegra del juicio es un documento estremecedor. Los suyos condenaron a muerte a Ceaucescu y Elena. Y allí mismo, en un corral anexo a la cabaña donde fue juzgado, los soldados, sus soldados, fusilaron al criminal tirano y al bicho de su mujer. A Maduro le convendría que alguien le proporcionara el reportaje. Porque el hambre no se perdona. Porque los que eran suyos han dejado de serlo. Porque las Fuerzas Armadas de Venezuela ya no son en su totalidad bolivarianas. Y si no se marcha pronto, o llega a un pacto, Maduro, su mujer y los generales narcotraficantes pueden terminar como Ceaucescu, acribillados sobre la hierba descuidada del patio de un corral.
Que una cosa es la falta de libertad, las mentiras, las promesas incumplidas y la apropiación del dinero público y otra muy diferente que no haya pan. «No hay pan». Que se ate los machos.
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