Pedro Narváez
Papá está en viaje de negocios
En el comienzo fue el padre. Balancean por la memoria tantas referencias a esa figura que por momentos uno se pone filosófico, tierno o directamente cursi como un participante de esos programas de televisión en los que alguien busca a su padre que lo abandonó hace cuarenta años.
Qué tiene un hombre en la cabeza para buscar a un sujeto que nunca lo quiso. Albert Camus pensó ante la tumba de su padre que el hijo era mayor que el progenitor muerto. Una reflexión que eriza las emociones. Paul Auster en «La invención de la soledad» asalta la memoria hasta encontrarse cara a cara con las múltiples caras de un padre que se multiplica en los espejos.
Muchas personas dentro de una sola. En «La caja de música» acaba descubriéndose que el padre, ya un abuelo de pinta adorable, había sido un sádico en un campo de exterminio nazi. Algunos catalanes pensaron que Pujol era el padre de la patria catalana y ahora que han destapado esa caja de música donde los secretos cantan sólo les queda repudiarle o citarle a «Hay una cosa que te quiero decir».
Por lo pronto, y según la encuesta que publica este periódico, caen los partidarios de la independencia, que es como decirle al padre que sigues en casa, pero no en la suya, aquella joya ahora convertida en un museo de los horrores. Ayer, ese pater, fotografiado en un paisaje bucólico, como los que visitaban los papas en sus posados de verano, en los que parecían encontrarse con el Espíritu Santo, dijo que estaba a disposición de la justicia. Parecía que los árboles le hubieran revelado el libro sagrado, en su caso otro truco de magia, o de mafia, para esconder la desfachatez. Como si nos estuviera haciendo un favor.
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