Alfonso Ussía
«Parque Pilar Bardem»
Madrid, aunque muchos lo ignoren, es una de las ciudades con más árboles del mundo. Y árboles ilustres. En El Retiro vive y se renueva el gran sauce del siglo XVI. Y los robles del Real Jardín Botánico. Y los pinares de la Casa de Campo. Y la conjunción prodigiosa de árboles, arbustos y setos del Campo del Moro. Parques de la tradición, y aunque a algunos se sientan molestos, monárquicos. Y están los nuevos, aunque ninguno proyectado ni dibujado ni plantado ni construido por el Gobierno municipal de Manuela Carmena. El Parque Tierno Galván, algo descuidado, sobrevive. Como el Parque Felipe VI, el más moderno de todos, amplio y aún en fase de un primer crecimiento. Las grandes avenidas y calles de Madrid son parques en hileras, con decenas de miles de árboles encargados de sombrear durante la larga temporada del calor.
De uno de los grupúsculos de Podemos, y siempre con el apoyo del PSOE de la señorita Causapié y el pobre Carmona, nació la idea de consultar al pueblo de Madrid su acuerdo o desacuerdo con la denominación del Parque Felipe VI, nuestro actual Rey. Una consulta que ha constituido el más cretino de los fracasos, como ha reconocido con otras palabras la también señorita Rita Maestre. Una grosería gratuita e innecesaria contra el Rey. Una organización penosa, un chasco en la participación ciudadana y un barullo en el recuento de los votos, que por otra parte, fueron poquísimos. Y centenares de miles de euros tirados por los desagües del resentimiento, como si el nombre de Felipe VI para un parque fuera el problema más acuciante de los madrileños.
Madrid sobrepasa con creces los tres millones de habitantes. Tres millones de electores. Y de esos tres millones, han acudido a votar 3.771 ciudadanos. De ellos, y me atrevo a presumirlo, un alto porcentaje de simpatizantes del ruinoso populismo. De esos 3.771 votos, 2.473 se han decantado por el «sí», 1.169 por el «no», y 129 por nada, por tratarse de papeletas en blanco. Lo que se llama una gamberrada de refrendo popular. Pero el Parque Felipe VI cambiará de nombre porque así lo han decidido menos de dos mil quinientos votantes entre tres millones. A Stalin, que esto de las urnas y los votos le traían al pairo, definió una elección democrática con sencilla naturalidad. «Lo importante no son los votos, sino quien los cuenta». Con independencia del paupérrimo número de votantes que ha acudido a la convocatoria de esta gente tan rara y rencorosa, permítanme que ponga en duda la imparcialidad de los encargados de descifrar las papeletas. Me produce extrañeza, por otra parte, que tan escasos papeles hayan necesitado más de tres días para su recuento. El resumen de la farsa no puede ser más cruel. El Ayuntamiento de Madrid retirará el nombre de Felipe VI al Parque de Felipe VI porque a la señora alcaldesa le ha dado un caprichoso biruji en sus pantalonetas carmesíes. Para los que no saben a ciencia cierta qué son las pantalonetas, diréles que no otra cosa que unas braguillas que alcanzan el nacimiento de los muslos y elevan con donosura las altiveces perdidas de los glúteos. Al fin y al cabo, y para no marearse más, son como las bragazas de nuestras abuelas, aquellas que afortunadamente, jamás vimos. No a nuestras abuelas, que en mi caso tampoco, sino a las bragazas.
Los analistas menos optimistas calculan que esta birria de consulta ha costado a los madrileños un millón de euros. Los optimistas, más prudentes y reflexivos, cifran los gastos en novecientos mil. Y todo, porque Manuela Carmena desea que el Parque Felipe VI se llame Parque de Pilar Bardem. Para tan poca cosa, no es necesario ni el derroche ni la farsa. Se vota con el apoyo del PSOE, se gana la propuesta y se cambia el nombre sin que nadie se lleve la comisión del papel y la instalación de las urnas. A las claras.
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