Cristina López Schlichting

Pelotas y trepas

Un canónigo de Madrid me detallaba la corrupción de la curia vaticana explicándome que los altos cargos de Roma han llegado a rivalizar entre sí por ver quién lleva el pectoral más exquisito, mejor modelado por el más relevante artista de moda. El meneo que el Papa les ha metido a estos señores en su discurso navideño ha sido tan rotundo que en Europa los informativos abrían con el asunto. La verdad es que cuando un cristiano busca edificación, va a ayudar a un comedor de Madre Teresa o a colaborar con un misionero, no a las oficinas vaticanas, sobre las que corren chistes vitriólicos. Los expertos dicen que era urgente enderezar a estos funcionarios y Francisco ha cogido un látigo que recuerda al Señor con los mercaderes del templo. Es tan duro que hay quien dice que lo van a matar, como ya intentaron con Juan Pablo II. Por mi parte, me he aplicado el cuento, porque los consejos papales van para todos y da pena comprobar que los cometemos en muchas empresas. El Santo Padre critica al dirigente o ejecutivo que se siente inmortal e indispensable, que es víctima del narcisismo del poder. Con humor, nos recomienda visitar los cementerios, para comprobar cuántos indispensables yacen en ellos. En su lista de errores o pecados hay para todos: adicción laboral («workholismo»), endurecimiento del corazón frente a las penas ajenas, planificación excesiva y eliminación de la libre creatividad, incapacidad para colaborar y trabajar en equipo, doble vida disoluta, cotilleo, peloteo del jefe y obsesión por la propia carrera, celos, arrogancia y mala educación, codicia, aislamiento del resto y difamación de los demás a través de medios de comunicación. Su diagnóstico, más allá de descubrirnos a un hombre observador, que no se chupa el dedo ni se deja manejar por los que lo rodean, describe en gran medida el mercado laboral que hemos construido y padecemos todos. Vivimos en un mundo donde el dinero y el trabajo son más importantes que el tiempo libre o la familia y, es más, éstos están mal vistos. El que dice que se va a casa a cuidar a los suyos, es un irresponsable. Donde hombres endiosados dirigen las compañías, a menudo esclavizando al resto sin apiadarse de sus sufrimientos. Cuánta obsesión por la carrera y el poder, cuánto cotilleo, celos y desprecio. Y qué decir del chivatazo a los confidenciales. Esa manera hipócrita y cobarde de difamar y aprovecharse de ello. Es claro que Francisco conoce el mundo, ni que hubiese trabajado en alguna de las compañías por las que ha pasado servidora.