Toros

Alfonso Ussía

Pendueles

La Razón
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El mundo del toro llora la muerte de José Luis Suárez-Guanes, conde del Valle de Pendueles. Con él desaparece su monumental archivo de la Fiesta, que administraba su portentosa memoria. Pasó muchas horas y días con mi familia, por su íntima amistad con mis hermanos Pedro y José Luis, los dos fallecidos. En casa se le llamaba «Guanes», y ya de jovencísimo, era diferente, divertido, asombroso y anátido. Andaba como un pato. Se aprendió de memoria la Guía Telefónica de Madrid del año 1960 hasta la letra «C» incluida. –Atento, Guanes. Castro Salmeron–; y José Luis completaba los datos sin dudas ni titubeos: –Castro Salmerón, José Domingo. Carretas 28. 271281–. En aquellos tiempos los teléfonos de Madrid no llevaban todavía el 2 inicial. Y con los toros era supremo. Vicente Zabala, Vicentón, se lo llevó a «ABC» para tener el mejor archivo mnemotécnico a mano. Desde 1946 hasta nuestros días, guardó en su cabeza todos los carteles, los colores de los vestidos de torear, las ganaderías, los trofeos y las incidencias de cada corrida. Le molestaba mucho lo del vestido «Burdeos y Oro». –¡Coño, «Rioja y oro», que es mucho más nuestro!–. Tenía en su memoria otro archivo paralelo, el del cine. Y soñaba con actrices rubias. «El problema de las mujeres con belleza española es que te duermes junto a ellas y te despiertas con el cuerpo lleno de macetas con geranios».

Engordó sobremanera. Casó con escasa fortuna. Era un solitario rodeado de miles de amigos. El valle de Pendueles, en el oriente asturiano, se ubica en sus verdes norteños entre Unquera, que es Cantabria, y Llanes. Hay casas de indianos salpicadas en su paisaje. El indiano vasco, montañés, asturiano y gallego que volvía de las Américas con triunfo y fortuna, se construía la gran casa en su aldea y plantaba dos palmeras para recordar el origen de sus bienes. Los Suárez-Guanes retornaron a Asturias ennoblecidos de Cuba. Su bisabuelo fue Senador del Reino por La Habana, pero ignoro si plantó palmeras en su casa de Pendueles. Un día que le comenté a José Luis lo frecuentemente que pasaba por sus perdidos prados, me los definió con soltura. «Vaques, corces y todos tieses como la mojama».

Fue, en la juventud, poeta experimental. Se inventó el «huracán huracanado», es decir, el huracán orgulloso de serlo. Pero su charla siempre desembocaba en su sabiduría taurina, que no mostraba grietas. Igual que Vicentón Zabala, era bienvenidista antes que ordoñista, y ahí no coincidíamos. Santiago Amón, una tarde de San Isidro, con el torero palentino Marcos de Celis por testigo, le dijo a Guanes que tenía aspecto de picador antiguo. Guanes le respondió: –Pero con título nobiliario–. Fue «Juanista» y «Estorileño», que así nos llamaban a los que teníamos en el exilio a nuestro Rey, Don Juan. Desbordado sentido del humor, y una predisposición natural a la bonhomía. Dipsómano y fumador, abandonó los dos vicios sin concederse importancia. «Lo malo de no beber es que todo parece mucho más aburrido. Menos los toros».

Con su barba, que blanqueó con prontitud, asumió un empaque diferente, que no altivo. Encontró, al final, el amor de una mujer que supo valorarlo. La muerte, en algunos casos, además de la marcha de una persona querida, es una destrucción. Sin José Luis Suárez-Guanes, la memoria andante de la Fiesta Nacional se ha incinerado. Ahora hay que recurrir al ordenador, los libros o los recortes de periódicos para saber cómo iba vestido Antonio Ordóñez en el Chofre de San Sebastián en su segunda corrida de la Semana Grande en agosto de 1968. Con José Luis a la vera, se habría oído de inmediato:

–De naranja y plata–.

Y así fue.