Alfonso Ussía

«Piquerbank»

La Razón
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Doña Concha Piquer fue un personaje. La Reina de la Copla. Valenciana. Casada con un esbelto torero, dibujante de la figura nublada de aquel marinero que vino en un barco de nombre extranjero, hermoso y rubio como la cerveza. Raúl del Pozo, que ha presentado su biografía, la conoció mejor que yo. No tuve suerte. El día que conocí a doña Concha no fue el más oportuno. Acompañé a Antonio Mingote a uno de sus homenajes, que tanto le agobiaban. Asistió la gran diva coplera. Lo presentaba el bueno de Pepe Domingo Castaño. Saludó a los presentes y nombró a los más conocidos. No reparó en doña Concha y pasó por alto su presencia. Ante el estupor general, doña Concha se incorporó de su silla, y lo que soltó por esa boca contra Pepe Domingo fue demoledor. Una cadena de insultos, un ataque histérico de vanidad y de soberbia, una escena áspera y desagradable. Convenientemente menospreciado Pepe Domingo Castaño, doña Concha se propinó un artístico golpe de estola, y fuese.

Doña Concha Piquer cubrió una época de la copla española. Se convirtió en un mito. Y nació la estructura rectangular, pozo sin fondo, de su baúl. El baúl de la Piquer, en el que todo cabía. Contaba el gran Tip que un día doña Concha le permitió abrir el baúl y que se encontró con un señor bajito que dormía la siesta. –No moleste y cierre la tapa–, le dijo el hombrecillo con un tono áspero.

Hace años, en mis incursiones a las librerías de viejo –no recuerdo si en la del Prado o la de García Calvo–, me topé con un cuadernillo con una etiqueta de la época que decía: «Conchita Piquer. Temporada 42/43. Préstamos». Se trataba del libro de cuentas que reflejaba los préstamos que doña Concha libraba a los componentes de su compañía y los asientos de sus amortizaciones. Nombres gloriosos. Así Manuel Ortega «Caracol», contratado por 1.500 pesetas en concepto de adelanto que amortizó en ocho semanas. El contable, con lápiz rojo, al cumplirse el pago, escribía con dureza: «Liquidado». A Eladio Cuevas le costó algo más pagar la deuda. Se le adelantó como anticipo la cantidad de 875 pesetas, pero se vio obligado a pedir a doña Concha un suplemento de 300, un tercero de 300 y otro más de 300. Lo pagó en 14 semanas, a 125 pesetas, y 150 la que cumplía con sus obligaciones. «Liquidado». El «Piquerbank» no perdonaba una. Regla Martínez Ortega no pudo hacer frente a su deuda. Percibió 500 pesetas a la firma del contrato, y cobró, todavía a cuenta de doña Concha, las 65 pesetas que le correspondían el día del estreno, o como dice el cuadernillo «debut». Para viajar a Madrid recibió 23 pesetas. No devolvió nada. «Laberinto» dejó un pufo de 200 pesetas después de liquidar su anterior préstamo. Y el caso de Tomás Fernández «Chaqueta» se me antoja particularmente doloroso. «Chaqueta» firmó un préstamo de adelanto con «Piquerbank» de 363 pesetas, una cantidad rarísima. Al siguiente mes, 100 pesetas más, y otras 150 pesetas para adquirir «unos pantalones negros». Liquidó la deuda en 12 semanas. Pero me queda la duda. Creo que eran las compañías las encargadas de pagar el vestuario artístico de sus componentes. El esfuerzo económico de 150 pesetas de «Chaqueta» para comprar unos pantalones negros que lucieran en el escenario con la dignidad que se exigía a quienes trabajaban para doña Concha, demuestra todo lo contrario. Doña Concha no pagaba los pantalones de los suyos, lo cual, sinceramente, me decepciona. Y Manuel Codeso, que se marchó sin abonar 300 pesetas, y Juanito Valderrama, el más cotizado, que amortizó un préstamo de 3.000 pesetas en sólo dos semanas. Una auténtica antología de la buena administración.

Doña Concha no perdonaba, y al que no amortizaba, le abría las puertas de la compañía.

Y con razón, pero ¡qué tiempos tan duros aquellos para la farándula! Un personaje. Pero si no resulta anticonstitucional escribirlo, poco simpática con su gente. Y aunque fuera del régimen, de la Cofradía del Puño.