Alfonso Ussía
Platini
Tenía en el palco del Estadio «Da Luz» de Lisboa la misma expresión de alegría que la del rubio y apuesto nadador noruego Olaf Trugvson, casado con la rubísima y bellísima nadadora sueca Erika Simonson, cuando la enfermera le mostró junto al paritorio a su bebé negro. Similar expresión de entusiasmo que la del viajero de tren con destino a Santander, que después de mirar y remirar la pantalla de «salidas» en la estación de Atocha, y al no figurar en ninguna de ellas noticias de su tren, es informado por el personal de la estación de que los trenes con destino Santander parten de la estación de Chamartín. Ignoro los motivos que le han llevado al presidente de la EUFA, Michel Platini, a sentir tanta tirria hacia España y los españoles, pero algo muy gordo ha tenido que ser. En una de esas viejas y divertidísimas películas italianas había un noble arruinado, siciliano golfo, que levantaba irresistible pasión en las mujeres. La mujer del director de la banda del pueblo se encamaba con el noble aprovechando los conciertos. Para mí, que algún español anónimo, aprovechando los partidos de futbol en los que intervenía Platini, que fue un grandísimo jugador, le hacía carantoñas, toqueteos y similares a la señora Platini, porque no se entiende esa fobia. Ahí estaba, con el Rey a su izquierda y Cavaco Silva a su derecha. Pero sólo hablaba con Cavaco. Y al Rey, sinceramente, y esto es un juicio de valor, le importaba un pito, porque Platini no es imprescindible para pasar una tarde agradable. Cara de cuerno, insisto.
El Rey no puede demostrar preferencias en una final de la Copa de Europa disputada por dos equipos españoles. El Presidente del Gobierno, tampoco. Para mí, que el Rey tira más a merengue, como su padre Don Juan y su abuelo, Alfonso XIII, que fue el que concedió la dignidad de «Real» al Madrid Club de Football, que así se llamaba. La Reina, intuyo, se deja llevar por las simpatías de sus hijos, y prefiere al Atlético. La más forofa colchonera de la Familia Real es la Infanta Elena, que influyó en su hermana Cristina, y entre las dos, hicieron atlético al Príncipe de Asturias. Algo de eso debió intentar explicarle el Rey a Platini, que no estaba para anécdotas. A Platini cada vez que un club español o la selección nacional alcanzan la victoria, le duelen las raíces de los figurados cuernos y sufre una enormidad. Nada más lacerante que el dolor figurado, que no es competencia de la medicina analgésica y calmante, sino de la psiquiatría. Por ahí, por los rincones y esquinas de la mente, hay que descubrir las razones del odio de Platini a todo lo que sea y signifique España.
Platini ha apoyado la creación de una Federación de Fútbol, con selección nacional incluida, en Gibraltar. Y ha acudido entusiasmado a la final de la Copa gibraltareña, que es una final de Copa muy reincidente porque siempre la disputan los dos únicos equipos que tienen un pequeño estadio. No hay terreno para construir el tercero. Para hacerlo, sería imprescindible privar de territorio a las monas que allí viven, descendientes de las traídas de África por los españoles con anterioridad al Tratado de Utrecht. Y en Gibraltar, las monas son sagradas, fuente principal de su turismo, y motivo, en alguna ocasión, de deslices protocolarios. Como aquella mona, Daisy, que le mostró los colmillos con fiereza a la princesa Ana, y ésta respondió enseñándole su dentadura, por lo que la mona, asustadísima, tirose por el barranco falleciendo en el acto.
En todas esas cosas, los cuernos, Gibraltar, y las monas, estuvo pensando Platini mientras el Real Madrid conquistaba su décima Copa de Europa, y el Atlético de Madrid no lo hizo por dos minutos de crueldad. Pero la Copa voló a Madrid, las aficiones se comportaron con ejemplaridad, los Reyes disfrutaron y Lisboa fue, simultáneamente, fiesta estallante y deportivo funeral. Madrid le dio una lección al impresentable chisgarabís.
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