Julián Redondo
Pobres, pobres
Sergio Ramos es un tipo a la pata la llana. Por eso, o por su entrega, hace tiempo que conquistó a Florentino Pérez, quien no disimula su predilección por él. En los prolegómenos del glorioso Mundial de Suráfrica sugirió a Piqué que hablara también en andaluz después de una respuesta en catalán. Maneja el recochineo y sus declaraciones contra los árbitros tras el partido con el Valladolid así hay que entenderlas: ironía de la «güena». Sería una contradicción que quien ha fallado en dos goles, tras sendos saques de esquina, reclame la cámara... frigorífica para quien anuló el suyo en su emergente papel de matador ¿Quién perjudicó más al Madrid, él o Pérez Montero? En realidad, el perjudicador supremo del mejor club del siglo XX es Messi, y por extensión, el Barça.
Pepe Mel, ese entrenador que va a sacar en hombros al Betis de la Maestranza, se pregunta que cómo es posible «ver a Messi a tres metros, cabeza gacha, como despistado, y acto seguido encontrarle recogiendo el balón de la red». Si es el mejor jugador de fútbol de la historia no hay misterio que valga. ¿Lo es? Mete tantos goles y tan a menudo que hace del cubo de Rubik un puzle de dos piezas. Pero también inventa, centra, se desmarca, vuela y manda. ¿Pero manda tanto como para que Alexis le haya quitado el sitio a Villa? En Barcelona el asunto es tabú. En Madrid, el futuro de Mourinho, que el 30 de junio hará lo que le dé la gana, y de Falcao forma parte del paisaje, del encanto otoñal del Retiro y de las tertulias en la Taberna de la Villa. El aficionado rojiblanco intuye que «El Tigre» no ha jugado un solo minuto de la Liga Europa porque en el mercado de invierno cambiará de hábitat. Y está convencido de que en junio, lo más tardar, se emigra. Pobres, pobres.
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