Restringido

Política extrema

La Razón
La RazónLa Razón

En Nueva York la gente sacude la cabeza ante el otoño que llevamos. Sea por la influencia de «El Niño» o por las gases que socarran la atmósfera, no hay nieve. Los patos de Central Park, en lugar de volar con rumbo sur, hacen cola en el psicoanalista, toman el sol junto a la estatua de Alicia y nadan frente a los palacetes de la Quinta Avenida. El ambiente de fin del mundo crece en cuanto dejas de hablar del tiempo y mencionas a Donald Trump. El multimillonario viene de otro debate horrible, el del pasado martes. Desde que comenzó la carrera por la nominación republicana a la Casa Blanca sus actuaciones han sido espantosas. Así, de rebuzno en rebuzno, lidera todas las encuestas. No hay quien le tosa. El ritmo con el que supura exabruptos es directamente proporcional a la consolidación de su liderazgo. «Usted sería», le dijo Jeb Bush, «el presidente del caos». Estupendo, pero Trump sabe que la política contemporánea se cuece en los platós. A golpe de gag. Igual que en los más acreditados «reality shows», salen por la escotilla los candidatos plomo y aguantan en la casa, premiados por la audiencia, los reyes del mambo, los demagogos, los pirómanos.

En vista de su éxito los rivales de Mr. Trump se apresuran a imitarlo. El pasado martes el aspirante Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey, prometió entrevistarse con el Rey Hussein de Jordania. Que palmó en 1999. Por su parte Ted Cruz aseguró que George W. Bush había deportado a 10 millones de ilegales. La cifra real fue de 1,8. Ya puestos me pregunto por qué no habló de 100 o 1.000 millones. Si total. A Ben Carson, antes de diluirse como el advenedizo que es, le dio por afirmar que las pirámides egipcias eran inmensos silos, o sea, depósitos de grano. «No necesitarías cámaras estancas para un sepulcro», dijo. Acto seguido los departamentos de arqueología de EEUU agotaron el Valium mientras Carson volaba en las encuestas. Un golpe de genio sólo superado por su convencimiento de que el Holocausto no hubiera tenido lugar si los judíos centroeuropeos hubieran dispuesto de licencia de armas.

Llámenlo el efecto Trump. La subversión del cosmos. La evidencia de que si bien un cuerpo caliente y uno frío, puestos en contacto, tienden a equilibrar sus respectivas temperaturas, la política contemporánea no funciona así. Olviden la entropía. El metal caliente, Trump, está al rojo vivo, mientras sus oponentes, lejos de atemperarlo, suben la fiebre demagógica. Los comentaristas sudan como cerdos tratando de explicar el fenómeno. Si lo extrapolan a España no duden que a Pablo Iglesias le benefició imaginar un plebiscito secesionista andaluz. El espectáculo demanda sangre. La sangre invita a cantar más alto que los rivales aunque la partitura raye tímpanos. Bienvenidos a la política extrema. A la cacofonía. Al desmadre. Welcome to Trump y sus mariachis. Más que una forma como otra cualquiera de recaudar votos, la única que garantiza audiencias.