El desafío independentista
«Pongamos que hablo del 155»
Aquí en Cataluña el sintagma «Artículo 155» se había convertido en las últimas semanas en algo así como el Coco. Parecía el hombre del saco, una especie de leviatán que servía para todo: para asustar a los impresionables, para tranquilizar a los ordenados, para indignar a los reivindicativos, para reconfortar a los indefensos, etcétera. Al final, lo único que está significando en realidad su aplicación es que los catalanes, por lo visto, hemos suspendido en autonomía este año.
Se hablaba mucho de la astucia de los independentistas para conseguir sus objetivos, pero hay que reconocer que lo más astuto ha sido finalmente el momento escogido por el gobierno central para aplicar el artículo. Lo hizo justo cuando tenía presentes en suelo asturiano a todos lo principales manitús de la Unión Europea apoyándole en tan delicada decisión. Visto que la supuesta astucia de los separatistas era autoproclamada, cabía dudar de tal habilidad. Porque una verdadera astucia exige fundamentalmente no mostrar ni exhibir esa capacidad de entrada, para que el adversario te subestime y pillarle con la guardia baja. Cuando se comprobó que toda la astucia de Mas consistía simplemente en hacer trampa, el final podía preverse. No es precisamente muy astuto hacer trampas y, menos aún, esperar que nunca te pillen con los ases marcados.
En la calle catalana de cada día, la llegada del 155 se ha recibido como algo inevitable de la vida. Ni los constitucionalistas han salido a la calle a celebrar la liberación de París con hogueras, vino y asando bueyes en las plazas; ni los separatistas han tomado el Palacio de Invierno. La ANC y Omnium, por supuesto, han seguido proponiendo protestas y metiendo la pata; pero cada día mueven más a risa desde que tuvieron que pedir perdón a los barceloneses por los patinazos de los motoristas en la Diagonal.
Por una parte, todo tiene una lógica aplastante: bien mirado, los constitucionalistas son gente pacífica y tranquila que en lugar de celebrar una liberación todo lo que quieren es olvidar pronto uno de los períodos más estúpidos de la Historia del gobierno autonómico. No hay nada que celebrar, ni motivo para salir a la calle. Ellos no quieren ganar sino simplemente vivir en paz. Lo interesante está de la otra parte. Se amenazaba con una unión de los separatistas, prietas las filas, contra la supuesta agresión centralista y, en cambio, lo que se ha dado es la visualización de claras grietas entre sus técnicos y sus teóricos. Intentaron maquillarlo rápidamente por el habitual método de constantes manifestaciones callejeras como la de ayer, pero las disensiones son claras.
Uno de los mejores indicadores de estas temperaturas suele ser siempre TV3. En las últimas semanas, se notaba entre sus presentadores semblantes de nerviosismo, nuevos programas improvisados, platós menos preparados con aires de mueble de jardín; también caras nuevas, desconocidas, entre los opinantes. Por supuesto, todos eran del espectro secesionista y no había espacio para casi ninguna voz de la pluralidad catalana. Pero lo que llamaba más la atención era la deserción al galope de las vacas sagradas del nacionalismo y su sustitución por gentes bisoñas, a veces poco telegénicas, en algún caso hasta con pobre dicción o apariencia de anomalía nerviosa. Algo así como si estuvieran intentando hacer funcionar la habitual maquinaria propagandística pero sin haber tenido tiempo apenas para afeitarse. Todo desprendía un sudoroso aroma a rancio, a la realidad me atropella, me faltan horas y no llego.
Todo eso se visualizó en la tertulia de sobremesa del viernes pasado de TV3, donde el director de Finanzas del gobierno regional les pegó una bronca colosal a Omnium y la ANC por querer instigar a la gente contra los bancos. Los contertulios, impresionados, balbuceaban, leían a toda prisa sus notas, querían defenderlos pero eran apisonados por la indignación, estrictamente técnica, del director. Habló (con las gafas torcidas) de fracaso y de barbaridad. Quedó claro lo enfadado que estaba el director de finanzas con la ley de Arbitrariedad (perdón, quería decir yo de Transitoriedad, entenderán que el lapsus es perfectamente comprensible) y lo hizo en directo delante de toda la audiencia. Una audiencia que, en el caso de la emisora pública insignia de la propaganda nacionalista en los últimos tiempos, se ha reducido ya al fanático irreductible convencido de antemano, a gente de comarcas, a abuelos de pueblo sin internet y yo.
Suspenso en autonomía. Es la nota que nos ha puesto el tribunal de examinadores de la Unión Europea y Occidente en general. Y no valen eximentes de echarle la culpa a los antidisturbios que en Europa ya tienen callo de ver videos editados con gritos de actores de fondo como si los estuvieran matando. Para aprobar el examen habrá que corregir los déficits democráticos de la autonomía catalana, la pluralidad en los medios públicos de comunicación, no valdrán chuletas ni leyes exprés que amordacen a la oposición y la Generalidad tendrá que gobernar para todos, no solo para una mitad de los catalanes. Solo así aprobaremos algún día; en caso contrario, tendremos que volver a presentarnos en setiembre.
Así que, después de mirar la lista de notas colgada el sábado, solo queda elegir. O hacer corrillos quejándose de que el profe nos tiene manía (en cuyo caso creo que nos caerá otra buena bronca del director de Finanzas), o ponernos con los deberes para aprobar en la recuperación de Enero.
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