Paloma Pedrero
Por fin no es domingo
Para las personas como yo, no hay nada más duro que los domingos y las fiestas por disposición legal. No tengo marido, no tomo el aperitivo ni compro pasteles, no me pongo tacones ni vestido palabra de honor. No madrugo ni trasnocho lo normal. Cuando una corretea por los márgenes, los domingos y fiestas de guardar extensos se hacen helados o sofocantes. Y da igual no mirar el calendario. Mi cuerpo lo siente, mi mente me lo dice: hoy es fiesta y tú no tienes marido ni zapatos de tacón. Y yo contesto: «Es que soy libre y me gustan las botas planas con las que correr como el ogro de Pulgarcito». Pero mi mente debate irónica: «Tú serías libre de verdad si no tuvieres este cerebro tan empático y ese pasado que te ha hecho delicada, clara y de tobillos tan finos. Serías libre si fueras... no sé, un pájaro. O una loba. Pero eres solamente una mujer». Mi cerebro es idiota, yo todo lo mejor que tengo es por ser mujer. Y detesto las fiestas y los domingos desde mi infancia porque, aunque Dios dijo que el domingo era para descansar, yo veía a mis mujeres trabajar interminablemente. Hacían trabajos que no se apreciaban. Camas. Comidas. Baños... Después, pobrecitas, se pintaban los labios y se iban a pasear un rato con él y los niños. Una familia grande y pesada que daba mucha compañía. Hasta que los hijos se hacían mayores y ellas se quedaban solas y envejecidas. Quizá eso es lo que tiene impregnado mi cerebro idiota. Por eso yo me empeñé en elegir mi vocación. Y sufro con que detengan el mundo y no me dejen ejercerla. Pero hoy, por fin, ¡no es domingo!
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