Ángela Vallvey

Posverdad

La Razón
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El vicio maldito del que hablaba Montaigne, la mentira, ya no resulta cómodo ni siquiera para ser nombrado. La globalización le niega a la mentira incluso el nombre. La palabra elegida por el Diccionario Oxford como ganadora de 2016 es «post-truth», posverdad, un nuevo término que no tardará en incorporarse de forma habitual también a nuestra lengua. Vivimos la era dorada del imperio de la posverdad: ahora la verdad y los hechos han dejado de ser importantes, arrollados por la fuerza motora de emociones primarias y creencias personales, tan sólidas e inconmovibles como la fe religiosa de antaño. El uso del término «posverdad» crece exponencialmente a medida que aumentan los acontecimientos imprevistos (Brexit, la firma fallida de una denominada «paz» entre las FARC y el gobierno colombiano, la victoria de Trump...). David Roberts inventó el término posverdad hace seis años pero, mucho antes que él, Nietzsche ya desarrolló la «teoría del error verdadero», que retrata mejor esta avenencia contemporánea entre «verdad» y «mentira», a las que atribuía una continuidad familiar, como si ambas formasen parte de la misma estirpe. «Muchas mentiras han venido al mundo como errores y fantasías, pero se han convertido en verdades porque posteriormente los hombres (sic) les han dado fundamento genuino», decía Nietzsche tiempo ha. El problema es que nadie lee a Nietzsche. O que ya nadie lee. Por eso nos sentimos fascinados por la posverdad. Vivimos en un tiempo extramoral y las verdades se están convirtiendo en ilusiones nietzscheanas. La victoria de Trump escenifica el fracaso rotundo de la influencia de los medios de masas. Ahora, son las masas las que ejercen su influencia gracias a la fácil comunicación; las personas prefieren el influjo de amigos y contactos etéreos, otorgan preponderancia a su círculo virtual social, sus referentes ya no son necesariamente paradigmas de los «mass-media». La democratización de la opinión es un fenómeno aplastante, implacable, que ha puesto a la verdad en entredicho porque, hasta ahora, la verdad venía siendo patrimonio exclusivo de una élite de la comunicación que actualmente se desprecia y resulta sospechosa. Kant y la posición moral tradicional están en duda. Los ciudadanos quizás no lean filosofía (¿los filósofos también son casta?), pero han interiorizado perfectamente a Nietzsche y conquistado el derecho a la mentira. Pues, si la mentira política ha sido ancestralmente tolerada, legalizada y asumida..., ¿por qué no habría de serlo también la mentira civil: la posverdad?