Alfonso Ussía
Preparado
No he necesitado visitar al psicólogo. Ya me considero preparado para afrontar la noche más necia del año. En mi casa, sólo los niños menores de diez años están autorizados a ponerse cucuruchos y soplar matasuegras. Hace unos años, mi cuñada la condesa de Labarces, a traición, me soltó un trompetazo que a punto estuvo de llevarme a un hospital con un episodio de insuficiencia vascular. Fue expulsada de la casa inmediatamente, con tan mala fortuna que ese año la Noche Vieja se celebraba en la suya, y mi orden no fue cumplida. Posteriormente, un sobrino ingeniero pudo quedarse sin una mano retrasando el vuelo absurdo de un cohete, y un antiguo sargento de Intendencia que se cree que todo el monte es orégano, contó anécdotas verdes y rebosadas de suciedades.
Es la noche de los mensajes. «Feliz año nuevo. Os queremos muchísimo. Malula y Potolo». Ese mensaje lo recibí en 2006, y un decenio más tarde, no he conseguido identificar ni a Malula ni a Potolo, y lo que es peor, el porqué de querernos tanto. Una pareja compuesta por una Malula y un Potolo no se olvida fácilmente.
Todos los días del año se llega a las 12 de la noche con una facilidad asombrosa. Pero el 31 de diciembre, las horas son de 120 minutos, y el cansancio se apodera de cuantos soportan el lento paso del tiempo para celebrar algo tan elemental como es el final de un año y el principio de otro. Y el rollo de las uvas. Lo de las uvas es muy gordo. En mis años, que ya son demasiados, jamás he cumplido con el rito. Por lo normal, cuando cae la bola del reloj de la Puerta del Sol y principian las campanadas de verdad, mis uvas han desaparecido. En San Sebastián, mi viejo amigo Esteban Gudamendi falleció ahogado por la aglomeración de uvas que coincidió en su glotis, y Esteban nos dejó en plena juventud, con una novia guapísima y arrolladora que quedó casi sumida en el desconsuelo. Le salvó el «casi», porque tres meses más tarde matrimonió con André Bonheur, hijo del dueño del famoso almacén «Biarritz Bonheur». La vida da muchas vueltas.
Para colmo, es noche de borrachos. Personas que no están acostumbradas al consumo de alcohol, se agarran unas merluzas muy desagradables. Se cuenta de la educada, frágil y culta duquesa de los Predios Jerónimos, salmantina ella. Su marido, el duque de los Predios Jerónimos, ejemplo de cortesía y medida, al término de las campanadas acudió a besar a su esposa, que a su vez se estaba besando con el responsable del «cátering». Llegado hasta ella, y después de un leve toque de advertencia en el hombro, el duque le dijo a la duquesa. «Muchas felicidades, “darling”-; a lo que ella respondió: -igualmente, “darling”, caraculo». Y a renglón seguido se puso a cantar con el del «cátering» «Desde Santurce a Bilbao», canción que tiene una segunda lectura excesivamente subida de tono. Es la noche de los borrachos sorprendentes, y ahí radica, quizá, uno de sus pocos alicientes.
Aquí, en los valles costeros de La Montaña, existe una gran afición por los fuegos artificiales. Es de esperar que este año prohíban su venta, porque entre Asturias, Cantabria y el País Vasco se han calcinado bosques prodigiosos y centenarios ayudados por la pertinaz sequía, el viento sur, y según dicen, algún pirómano aprovechado. No están las tierras del norte para bromas de colorines en el aire, que es normal la caída de brasas traicioneras en el uso de esa actividad entre china y fallera.
Y el día primero de enero, todo se antoja más agradable. Como siempre, el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena desde la Musikverein de la Capital austríaca, con un público entregado a la belleza y naturalidad de la alegre música de los Strauss, la estética de los instrumentos, y el paseo que nos regala la realización por la fantasía de los palacios y paisajes de Austria. A pesar de esa lección de buen gusto, el día 2 de enero millones de españoles se anclan frente a sus televisores para ver la Cuatro, la Cinco y la Sexta, lo que nos da a entender la chabacanería de nuestra gente.
Les deseo a todos mis lectores un feliz año nuevo. Y una noche del 31 de diciembre, sin uvas, cucuruchos, trompetas, matasuegras, exceso de alcohol, cohetes y fuegos artificiales. Lo pasarán muchísimo mejor.
Y como todos los años, gracias.
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