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Presidente

La Razón
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Hoy Obama habla para la historia. Da su último discurso del Estado de la Unión, solemne declaración que inauguró George Washington y que muchos presidentes contemplaron con cautela: recordaba demasiado a la arenga o perorata del trono en Reino Unido. Hubo que esperar a 1913, con Woodrow Wilson, renovador de la Universidad de Princeton, defensor de la jornada de 8 horas, impulsor de gobiernos de control remoto en Hispanoamérica y creador de la Reserva Federal, para que un presidente defendiera en persona su alocución al Congreso. Años después Franklin D. Roosvelt elevó el discurso al frontispicio institucional, aunque hubo famosas excepciones. En los países modernos, donde el concepto de patria tiene que ver con los derechos de ciudadanía, la gente se reúne para escuchar al presidente, y eso sucederá hoy en EE UU. Por modernos quiero decir, entre otras cosas, lejos del etnicismo surreal, entre la «volksgemeinschaft» y los Monty Python, que asola el cuadrante nororiental de España. Más allá de sus diferencias ideológicas los estadounidenses tributarán los honores debidos a quien corresponde la más alta magistratura de un Estado alérgico a las categorías culturales estancas. Uno que acoge la diferencia y asimila la diversidad bajo el imperio de la Ley, común a todos y libre de sucios dogmatismos sentimentales.

El octavo discurso de Obama sella al fin su presidencia y abre la espoleta de las elecciones de 2016. Dicen los áulicos que más que presentar un programa concreto de reformas, impracticables al no contar con la mayoría en las Cámaras, intentará ayudar a Hillary Clinton, una de las pocas candidatas serias en la carrera de autos locos en que se han transformado las primarias (por mucho que recuperen estos días unos ensayos de mi amado Christopher Hitchens en los que atizaba a la doña con furia registrada). Obama también reclamará el espacio que merece el optimismo. Esa cosmovisión difícil, sólo al alcance de mentes adultas, mientras la niñería ambiente repite apocalípticos berrinches. Escuchas a Trump y cía. y más que referirse a EEUU, 5% de paro, 10 de 10 entre las empresas con mayor valor bursátil del mundo, pareciera que hablan de la Tierra Media asolada por los orcos de Mordor. No cabe duda de que los problemas del país son muchos. Obama sella su periplo entre luces y sombras. Incluida la deportación de inmigrantes centroamericanos, denunciada este domingo por el arzobispo de San Salvador, monseñor Escobar. O sea, un legado problemático y convulso. Vivo. Como corresponde a cualquier político dedicado a la compleja gestión de los hechos y enemistado con la perfección del ideal administrado en grajeas 2.0.

Hoy, cuando hable Obama, anotaré sus palabras con orgullo y colmillo. Subrayaré contradicciones mientras asumo lo bien que nos vendría asimilar el respeto profesado a una tradición que permite exhibir la cartelera de aciertos cívicos y políticos de EEUU, que son muchos. Pero nosotros, siempre a lo nuestro, preferimos jalear el guateque de tábanos enardecidos por la obsesión de pillar cacho caiga quien caiga. Incluso si la que cae es España y los niños del mundo –digo, es un decir– ni salen a buscarla ni se les espera.