Marta Robles

Prohibido compartir

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Los aseos, lavabos, baños, servicios, retretes, esos sitios, en fin, que sólo la necesidad invita a visitar y que se nombran de una u otra manera, casi siempre dependiendo de la extracción social, son lugares curiosos, donde se escriben historias insospechadas. Yo en ellos he visto llorar, reír y hasta confesarse a infinidad de mujeres, unas veces cercanas y otras tan desconocidas como yo para ellas, que escogían la espera de su turno de evacuación para preparar el siguiente «round» de la jornada. Espacios a veces limpios y suntuosos, otras sucios y hasta desagradables, han servido en mil y una ocasiones de escenario a los desvanecimientos por amor, a los castigos del alcohol de más, e incluso a los coqueteos con la droga o hasta a las relaciones sexuales furtivas. Habitualmente separados por género, por aquello del antiguo decoro y de las pocas ganas de siempre de compartir sonidos y olores poco atractivos, con los que el cuerpo «premia» el liberarse de sus cargas, no son pocas las películas patrias e internacionales que los han elegido para ubicar en ellos la acción determinante de un filme.

Hay quien opina que su funcionalidad se duplicaría si los excusados de los establecimientos dejaran de ser para ellos o para ellas. Yo creo que todo sería igual, pero más indiscreto. Y para mí la discreción es magia.

Si por mí fuera, ni siquiera compartiría esas habitaciones de descargo con otras mujeres y guardaría mis secretos más íntimos, pero menos interesantes, en absoluta soledad. Hay quien cree que la naturalidad consiste en volver aún más prosaica la realidad. Yo creo que hay que aceptar la realidad pero, si es posible, volviéndola más bella.