PSOE
PSOE: érase una vez...
Están de liquidación y derribo. En estas elecciones autonómicas, donde se juega el destino de Galicia, en cierta medida del País Vasco y quizá el de España, no ha estado Felipe González, ni José Luis Rodríguez Zapatero, ni Alfredo Pérez Rubalcaba, ni uno sólo de los eminentes socialistas de los que habitualmente echan mano los estrategas de la calle Ferraz para reforzar sus campañas.
Es un síntoma, porque nunca desde que murió Franco han sido tan ajenos a una batalla electoral del PSOE los ex presidentes y ex secretarios generales de este partido que llegó a tener 202 de los 350 escaños del Congreso y que ha gobernado el país más de la mitad de los años que llevamos en democracia y mandado en todas las capitales de provincia y en todas las regiones.
El problema de los socialistas no es ya que tengan sólo 85 diputados y que, con el batacazo que se van a llevar hoy, enhebren la quinta caída en votos consecutiva. El drama, lo que pone los pelos de punta a los Alfonso Guerra, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Emiliano García Page, Guillermo Fernández Vara, Javier Lamban y algunos otros es la tendencia.
Van camino de la irrelevancia y cantando, con la inconsciencia de los tontos y aplaudidos por un sector de su menguante militancia, que ni entiende lo que está en juego, ha pervertido los valores, y considera mucho más demoniaco al Partido Popular, que a los proetarras de Bildu o a los independentistas periféricos.
No es que Pedro Sánchez anteponga los intereses de su partido a los de España, lo que sería censurable pero hasta entendible. Es que ha colocado por delante su propia ambición y la de su cuadrilla a la supervivencia del PSOE.
El partido de Felipe González, el que modernizó este tinglado y parecía eterno, se ha convertido en una banda a la deriva, controlada por trepadores de medio pelo, a los que obsesiona mucho más pillar algo, aunque sea al alimón con quienes quieren romper España, que el bien común o sus propias siglas.
Pues que les vayan dando.
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