Rosetta Forner
Quién sabe por qué
No pasa un día sin que se hable del caso Diana Quer. Todos rogamos que tenga un desenlace feliz, ya que solemos desear el bien, pues a nadie le gustaría tener que vivir ese tipo de experiencias: perder a un hijo, o a un ser querido, en las circunstancias que sea, es muy doloroso. Si bien, lo es más cuando se trata de un suicidio o de una desaparición que se desconoce si ha sido voluntaria u objeto de secuestro o asesinato. En cualquier caso, la desaparición de Diana ha puesto de manifiesto que sus padres se «odian». Lo entrecomillo, porque quizá tanto cruce de acusaciones y de «antipiropos» se deba al dolor que les produce la desaparición inexplicada e irresuelta de su hija. Asimismo, puede que también se deba a ello la manera en que están manejando la situación –muy disfuncionalmente–, aunque es comprensible. Una de las «estrategias» habituales de manejo de la frustración es culpar a alguien: descargar la culpa en otro alivia momentáneamente la presión psicológica en la que uno se instala ante un hecho que lacera la psique. Lo que se está conociendo del entorno familiar de Diana parece sacado de una novela. Si bien es habitual en una sociedad desestructurada como la americana, y cada día más «normalizado» en España.
¿Habrá huido Diana porque el odio que se profesan sus padres le ahogaba el alma? ¿A quién creer? ¿A quién culpar? Hemos pasado del dolor por la desaparición de una hija al espectáculo propio de la «guerra de los Rose». Muchas personas no saben divorciarse al no asumir que cuando una pareja se rompe ambos han contribuido por acción y por omisión a ese resultado no deseado. Quizá ninguno de ellos es más culpable que el otro de la desaparición de Diana porque puede que no hayan tenido nada que ver en ningún sentido. A veces, simplemente, un psicópata elige una víctima al azar. Y, en este caso, le ha tocado a Diana. Ojalá que esté viva.
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