José María Marco

Quijotismo en Barcelona

LA RAZÓN dio a conocer ayer unos hechos que de confirmarse, relacionarían a Oriol Pujol con el «caso Campeón», que ha afectado al PSOE en la figura del ex ministro José Blanco. En ciertos asuntos, los nacionalistas catalanes mantendrían lazos íntimos con organizaciones nacionales españolas. Tampoco sería una excepción. En esta como en tantas cosas Cataluña no es distinta a otras comunidades autónomas. También en las demás, o al menos en muchas otras, rige o ha regido hasta ahora el código que lleva a hacer prevalecer sobre cualquier otra consideración los lazos que nos unen a «los nuestros».

La diferencia estriba en que en casi ninguna otra comunidad autónoma ha llegado tan lejos no ya el discurso identitario, sino la burbuja en la que la clase dirigente catalana ha decidido encerrarse. Seguir lo que se dice en los medios de comunicación o simplemente, estar un poco atento a la vida oficial de Cataluña es asistir a una gigantesca mistificación en la que se ha perdido del todo cualquier lazo con la realidad. Los clásicos nacionalistas solían menospreciar a Don Quijote porque veían en él la viva representación del alucinado (semita, por cierto, aunque esa es otra cuestión) que se había dejado encerrar en un monólogo estéril, fracasado a la fuerza. La actual clase dirigente catalana ha sobrepasado con mucho el modelo.

Don Quijote no parece haberse tomado del todo en serio a su personaje. Tampoco los nacionalistas, de creer la ansiedad con la que han acogido la propuesta educativa del ministro Wert. En algún momento el Estado habría de defender los derechos de los niños catalanes a cursar sus estudios en la lengua que deseen, siempre que sea en la lengua española correspondiente, el catalán o el castellano en este caso. El ministro de Educación está insistiendo una y otra vez que la propuesta está abierta a la negociación. En vez de tomarle la palabra, Mas está dispuesto a hacer de ella la coartada perfecta para apretar las filas del frente nacionalista. Es un error. Los nacionalistas sensatos tendrían la oportunidad de elaborar una plataforma propia, distinta de la vía delirante de ERC y anclada en la realidad: la relación con el resto de España, con el Gobierno y con un electorado que ha dejado de seguirles en su deriva. Como parece que eso no va a ocurrir, los partidos nacionales tienen otra oportunidad: la de recuperar el voto centrado y moderado de los catalanes. Hay horizontes catastróficos, y otros que lo son menos.