Terrorismo yihadista
Quo Vadis
¿Qué tienen en común el atentado del paseo de Niza, el del mercadillo de Berlín, el del puente de Westminster y el de la calle de Estocolmo? La primera coincidencia es evidente: en las cuatro masacres se utilizó un vehículo civil como arma letal. Los autores eran muy diferentes. Mohamed Lahouaiej, el asesino de Niza, había nacido en Túnez, residía legalmente en Francia y tenía 31 años y tres hijos. Anis Amri, el de Berlín, también era norteafricano, pero había llegado a Europa en una patera y existía contra él orden de expulsión. Khalid Masood, el de Londres, había nacido en Gran Bretaña hace 52 años, estaba casado, había pasado tiempo en Arabia Saudita y daba clases de inglés. Rajmat Akilov, el de Estocolmo, es un obrero uzbeko de 39 años, padre de familia, cuya petición de asilo fue rechazada y que hace un año tenía que haber sido enviado de vuelta a Taskent, si la policía hubiera sido más diligente, las autoridades migratorias más estrictas y los jueces más cautos. Cuatro personajes distintos, tanto en edad, origen, formación e incluso aptitudes intelectuales, pero con un elemento común decisivo, que la bienintencionada prensa europea trata melindrosamente de obviar: islam.
Podemos hacer circunloquios, alegando que no se trata del islam sino del yihadismo, pero la cruda realidad es que los cuatro mataron en masa civiles inocentes al grito de «Alá es Grande» y convencidos de que sus atrocidades les abren de par en par las puertas del paraíso de Mahoma. Es tan incómoda esa verdad para una sociedad como la nuestra, que en España ha habido periódicos que han titulado que Akilov simpatizaba con el ISIS pero no era religioso, como si fuera separable la vesania de los «atropelladores» de su fanatismo musulmán. El que no haya habido en nuestro país atentados sangrientos desde el 11-M, hace pensar a parte de la ciudadanía española que aquí es muy improbable algo como lo de Niza, Londres, Berlín o Estocolmo. A eso se suma el convencimiento «ovino», estimulado desde Podemos y otros sectores de la izquierda, de que el horror de 2004 fue consecuencia de la belicosidad de Aznar y que desaparecido el «bicho» y ajenos a guerras como la que se libra contra el Daesh en Siria e Irak, no hay motivos para que nos castiguen. Craso error. Nos odian por lo que somos, no por lo que hacemos, y si no se toman medidas estrictas, se expulsa a los predicadores del odio y se fuerza a la comunidad musulmana a colaborar, volverán a matar.
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