Gaspar Rosety
Rafa Nadal
La sociedad necesita modelos que sirvan de guía para las jóvenes generaciones. En medio de una insoportable crisis de valores, de un peligroso debilitamiento de la perfección profesional y de la educación en las relaciones humanas, abocados a una sima ética, andamos escasos de referencias que alumbren el camino.
Desde que era un niño, Rafa Nadal fue preparado para el trabajo, el sacrificio, la discreción y la humildad. Los entrenamientos de un preadolescente no se televisan, implican un alto grado de sufrimiento y se enmarcan en la educación de unos padres, de una familia, capaz de crear los hábitos saludables que favorecen el crecimiento de un hombre de pies a cabeza. Ha sido educado para vivir como vive. Es una persona especial.
No nació estrella. Lo consiguió entrenando y trabajando mientras otros chicos de su edad disfrutaban de diferentes placeres de la vida. El placer de Rafa era alcanzar el sueño de ser el número uno en el tenis y en su vida cotidiana, sencilla, discreta y familiar. Y, así, consiguió una calidad técnica y táctica y un poderío físico dignos de alabanza y reconocimiento. Trabajó los aspectos del tenis que necesitaba para triunfar.
El resto, la fuerza de voluntad, la capacidad de sacrificio, la humildad, la inteligencia, la capacidad para analizar y razonar sobre la marcha, mecanizar sus reacciones, dar prioridad a la sensatez y a la solidaridad, aportar su infinita generosidad, tienen su origen en la educación.
Rafa es ejemplo de cualidades que deben ponerse en práctica y un privilegio para nuestra sociedad, muy necesitada de la educación y la ética que representa. Personaliza el amor a los demás.
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