El desafío independentista
Reclamo para patos
Empresas que se marchan, cargos imputados, bochorno sin precedentes fuera de nuestras fronteras, ruina económica y una fractura social de las que no se curan con un simple Nolotil. Los «logros» que a estas alturas llenan las alforjas del absurdo viaje de Carles Puigdemont hacia el ridículo más absoluto demuestran hasta dónde puede llegar la necedad de un gobernante incapaz de prever las consecuencias de sus actos.
Su retorcido y desesperado «mete y saca» del pasado martes intentando proclamar y no proclamar, todo al mismo tiempo, fue el colmo de un esperpento que solo puede acabar con este señor fuera del Gobierno de Cataluña y dando explicaciones ante un tribunal de justicia por jugar hasta límites insospechados con las cosas de comer. Él lo sabe y por eso ahora ofrece diálogo sin condiciones previas, como si estuviera en condiciones de no poner condiciones. Y todavía hay quien le alaba el gusto...
¿Dialogar? ¿el hombre que consiguió que dentro de su partido se armara tal zafarrancho «dialogante» que acabó por romperse hasta el punto de tener que cambiarle hasta el nombre? ¿El que ha sostenido hasta hace dos días que dialogar era un ejercicio unidireccional que consistía en que su interlocutor se plegase a sus exigencias? ¿Sentarse ahora, después de las mentiras, de inocular el veneno del rencor sin límites, de llevar a su comunidad a la ruina a base de desgobierno, de verle la dentadura al lobo?
Lo que tendría que hacer Puigdemont es plegar las orejas, armarse de la suficiente dosis de vergüenza como para agachar la cabeza y volver al cajón del que le sacaron Mas y Pujol para protagonizar su sesión de títeres. Pero no lo hará porque, curiosamente, el adalid de la independencia siempre ha carecido de la libertad necesaria para independizarse de quienes le han utilizado como reclamo para patos.
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