Lucas Haurie
Recuerdos de una paliza
La reacción fue veloz, fulminante, propia de un reptil. Susana Díaz, al oír los calificativos con los que Teresa Rodríguez se refería al detritus que emana del «cortijo» socialista, tomó el camino de la venganza y embistió como un áspid. El duelo fue de navajeros, un ejemplo de ese «soft power» femenino tanto tiempo esperado en las cámaras representativas. Con las cosas del comer no se juega, pensaría la presidenta, quien no escatimó en arreones. La bronca fue extraordinaria, una paliza que recordó a la sufrida por el escultor Benvenuto Cellini, quien, con cinco años, contó a su padre haber visto una salamandra jugar en un fuego. El padre, consciente de la magnitud del suceso, propinó una paliza a su hijo para que la visión, pocas veces permitida al ser humano, se le quedara grabada para siempre. Díaz pretendía algo parecido al acusar a Rodríguez de «pagar guateques» y «multas» de sus compañeros «con el dinero de los ciudadanos» y tacharla de utilizar «soflamas chavistas». Le clavó los colmillos. Entre saurios, artistas y militarotes anduvo pues el debate en el parlamento andaluz, cuyas señorías no hablaban de otra cosa más que del pacto y de la desaparición de las diputaciones provinciales. Pues nada de nada. Son las cosas del comer, eso por parte socialista. En Podemos siguen con esas fijaciones hacia el exotismo emparentadas a menudo con los prodigios del reino medieval del Preste Juan: «Hormigas que excavan oro, un mar de arena con peces vivos, un espejo altísimo que revela cuanto ocurre en el reino o un gusano llamado salamandra que vive en el fuego». Pero las salamandras sólo buscaban el calor del proyector reflejado en la pantalla, como en los cines de verano. Que siga el espectáculo.
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