Julián Redondo
Rescoldos de Xavi
Empieza a ser una costumbre ver a Xavi en el banquillo. En un momento dado, coincidieron las ideas renovadoras de Luis Enrique con los delirios de grandeza de quienes pensaron instalar al egarense sobre un pozo de petróleo; pero resultó que en Qatar y alrededores proliferó tal cantidad de golferas que la operación se frustró. Ni siquiera cuajó la alternativa del New York City. Y Xavi, cerebro por antonomasia de la mejor Selección española de todos los tiempos, cabeza baja, regresó a casa y Luis Enrique, cabeza alta, le hizo un hueco, sin promesas.
Xavi salió de la Selección en zapatillas y el borrón de Brasil, mancha de aceite en expansión, le secuestró, a él, a su palmarés, a su clarividencia y a su magisterio futbolístico. En el ocaso de los campeones resulta empalagoso homenajearlos como si yacieran en la sepultura; no es eso, ni tampoco este ostracismo que ha enterrado sus méritos y los de sus compañeros de gloria. El fracaso fue consecuencia de enormes éxitos; pero Xavi, que tiene la habilidad de pasar el balón siempre a los que visten como él, sigue ahí, y no es suficiente reconocimiento alinearlo en un partido con cierto tufillo de solteros contra casados, que fue más serio que todo eso, quizá porque era de «Champions».
Mezclado con una pléyade de reservas, más Messi, Neymar y Munir, Xavi se esforzó como un meritorio hasta que le relevó Iniesta. El fútbol corre por sus venas.
Y más al norte, en San Mamés, resplandece. Lucescu, con un equipo de entregados mercenarios, casi apátridas en esta competición, pudo perder o ganar; pero empató. El Athletic, descarado y con garra, cedió dos puntos y Valverde explotó la cantera. Su equipo está en las antípodas del Shakhtar.
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