Manuel Coma
Resultado a la griega
Lo más exacto que se puede decir de las elecciones italianas es que lo más probable es que quién sabe. Con el recuento sin completar, la cosa es tan turbia que políticos y comentaristas aplazan las predicciones a la llegada de los resultados definitivos, que en el Senado, donde la mayoría absoluta es indispensable para poder gobernar, son especialmente volátiles. Mientras, todos se consideran favorecidos por el electorado. El centro izquierda porque tiene los mayores porcentajes. El centro derecha porque tiene más votos de los que se le atribuían, contando con que el Pueblo de la Libertad de Berlusconi se ve reforzado por su viejo aliado, la Liga Norte. Los centristas de Monti, en torno al 9%, son los grandes perdedores. No consiguen crear un tercer «polo» en la política italiana y sus efectivos no son suficientes para formar con Bersani una mayoría. Durante trece meses, el Gobierno tecnocrático de Monti contó con el apoyo de todo el espectro parlamentario, que ahora lo hace trizas culpándolo de todos los males que explicarían la actual situación de desconcierto electoral e incertidumbre política. Sus reformas, no concluidas, consiguieron parar la caída libre de la economía y devolvieron a Italia una respetabilidad internacional que ahora se tambalea al borde del abismo.
Renglón aparte se merece el que desde el punto de vista del sistema y de los partidos que se alimentan en su abrevadero es la peor de todas las tribulaciones del momento: los sorprendentes resultados del Movimiento Cinco Estrellas (M5E), del cómico Beppe Grillo, aunque, para consumar la ceremonia de la confusión, él mismo no pudo, legalmente, presentar su candidatura, lo que por cómico no dejaría de ser apropiado para el personaje, aunque para el país sea más bien tragicómico. Se lleva aproximadamente un cuarto de los votos emitidos, con lo que se da la extraordinaria circunstancia de que con él, o más bien con los suyos, cualquiera de los dos polos podría gobernar, si bien lo que es aritméticamente factible parece políticamente imposible, pues el atípico líder hizo campaña prometiendo que no se coaligaría con nadie y nadie se atreve a pedirle sus votos. En estos momentos, conviene añadir que la política da muchas vueltas en todas partes y en Italia más deprisa que en otras.
Así las cosas, los políticos italianos, con un micrófono delante, no se atreven a decir a quién va a confiar la tarea de formar gobierno el presidente, aunque algunos llegan a decir que esto es el fin de la segunda república. ¿Cambiada por quién, sustituida por qué? ¡Ah! Eso es demasiado preguntar. ¿Quién puede saberlo? Si con los de las Cinco Estrellas ni se puede, ni se debe ni se quiere contar, queda una posibilidad de gran coalición al estilo griego, donde finalmente los dos grandes rivales, principales causantes de las desgracias del país, han terminado gobernando juntos. El sistema es el sistema. Pero además de quién sabe, lo más probable serían nuevas elecciones. Salvo sorpresas.
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