Casa Real

Rey de todos

La Razón
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El Rey tiene que ser rey de todos los españoles. Ése es el trato. Ése es el decidido propósito de Felipe VI, como fue el compromiso fundamental de su padre, Don Juan Carlos, y de su abuelo, Don Juan de Borbón. De esa voluntad de acogida universal y generosa depende el porvenir de la Corona. Quedan pocas dudas de que la evolución de la crisis catalana marcará el futuro del actual reinado, igual que el reinado anterior quedó determinado por la Constitución de la concordia y por la actuación del Rey ante el golpe del 23-F. Ha de ser rey también de los separatistas, que han pretendido romper por su cuenta el orden constitucional, y de los republicanos. Incluso de los activistas de la CUP y de Podemos, empeñados en destruir el «régimen del 78», cuya piedra del arco es la monarquía parlamentaria y a cuya implantación tanto contribuyeron en su día, con no poco provecho, los nacionalistas sensatos.

Su enérgico mensaje a la nación del 4 de octubre, apelando a los poderes públicos a restablecer en Cataluña el orden constitucional quebrantado, marcó la inflexión en la solución del conflicto, pero, de rebote, provocó el rechazo de un amplio sector de la opinión pública catalana y de las fuerzas soberanistas, algo que no ocurrió cuando el 23-F. En eso juega en desventaja con su padre. Hasta el punto de que Felipe VI ha llegado a ser declarado persona no grata en algunos ayuntamientos de Cataluña. Prudentemente, el Jefe del Estado ha estado siguiendo de cerca, en silencio, estas últimas semanas el desarrollo de los acontecimientos tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

Desde la Casa del Rey han estado con el alma en vilo. Poco a poco, aparte del problema judicial pendiente de los principales responsables del desaguisado, la situación se va serenando y las elecciones del 21 de diciembre significan el restablecimiento de la normalidad estatutaria y constitucional. Falta ahora restaurar pacientemente el pacto de la Corona con el nacionalismo catalán y con las fuerzas radicales de izquierda. Esto exige, por ambas partes, una inteligente política de gestos. De momento, basta con el respeto y la «conllevanza» orteguiana. La Corona debe contribuir a la reconciliación de Cataluña con el resto de España y al reencuentro de las «dos Cataluñas». Su actuación conciliadora puede ayudar, de entrada, al regreso de las empresas y a la recuperación de la convivencia. Me parece que en eso se está.