Ciencia y Tecnología
Robots y parados
Observando este pasado viernes uno de esos robots que a algunos de los más afortunados niños les han traído los Reyes Magos, uno de los regalos «premium» del año, me preguntaba si el todavía muy elemental humanoide ha venido desde Oriente para servirnos, entretenernos y hacernos la vida más fácil o para arrebatarnos el puesto de trabajo. Hay un interesante debate, muy ligado a la repentina obsesión de quienes están descubriendo eso que se llama la cercana «singularidad tecnológica» por sublimar el arranque definitivo en este año de la era de la robótica y es aquí donde se hace inevitable el capítulo de las consecuencias, que para la economía global y el empleo acarrea el efecto imparable de la ciencia. Tengo por ello la impresión, sin ser experto ni en demografía, ni en recursos humanos, ni mucho menos en robótica, de que nos aguarda mucho analista sobrevenido en la línea de plantearnos –para variar– el futuro panorama social arrimando el ascua a su sardina ideológica.
Ya no descubrimos la pólvora vislumbrando que en un plazo no demasiado amplio de tiempo las máquinas con tecnología de «última generación» –los robots– podrán realizar con mayor calidad y en menos tiempo, el trabajo no sólo de muchos empleados –que esto ya lo trajo la revolución industrial– y sustituir mediante simples algoritmos a figuras individuales del mundo de la interpretación, de la comunicación o del mismísimo periodismo de carril –porque buen periodismo y creatividad son de momento y con perdón, otra cosa–. Pero establecer a cuenta de ello según qué consecuencias en el mundo laboral, del ocio y del consumo, cuando menos resulta una ligereza de aficionado a la divulgación científica regalada por navidades.
Preocuparse por la proliferación de un ejército de ociosos aburridos y alienados consecuencia de la ausencia de trabajo –como si los jubilados, los sabáticos o quienes disfrutan de vacaciones «sufrieran» las consecuencias de no sentirse realizados– resulta tan miope como aventurarse a vaticinar que las empresas deberán costear a los trabajadores sustituidos por los robots una parte o el todo de lo que dejarían de percibir estos trabajadores desplazados. Es la perdonable limitación de miras que ignora una realidad palmaria desde la mismísima revolución industrial y que pretende sugerirle al agricultor que acaba de empeñarse hasta las cejas para la compra de una cosechadora que costee parte del sueldo que han dejado de ganar la docena de trabajadores del campo no contratados a consecuencia de dicha inversión.
La pregunta que importa no es sólo la suerte de quienes verían amenazado su empleo con la llegada de los «r2d2» sino más bien, quiénes podrían permitirse consumir los productos buenos, bonitos y baratos fabricados por esos robots, teniendo en cuenta que los consumidores en potencia estarían o en el paro o cobrando si acaso un exiguo «salario básico» a la finlandesa. No nos precipitemos, ni estaremos todo el año de vacaciones, ni haciendo cola en las oficinas del INEM. El futuro, salvo que hagamos el cafre promete una vida más llevadera. En tránsito eso sí, nuevos profetas harán su agosto.
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