Alfonso Ussía
Romeros maduros
«¿Dónde vas tan lozana/ preciosa mía?/ Voy en busca de un novio/ a la romería». Ay, las romerías. Entre el 1 de julio y el 15 de septiembre, en nuestro norte, desde Galicia a Guipúzcoa, todos los días hay una romería. Antaño, después de las romerías, las mozas acudían al confesionario. –Padre, me acuso de pecar contra el Sexto-; -¿tocamientos?-; sí, padre, y algo más-; -¿fornicación?-;- Sí, padre-; - pues veinte rosarios de penitencia, marranaza-. Me refiero a otros tiempos, no tan lejanos, no tan abiertos.
Romerías de pulpo, romerías de fabes, romerías de cocido montañés, romerías de cocochas de merluza. De vinos blancos, de vinos tintos o claretes, de sidra y de chacolí. Y el sendero hacia la orilla del río aprovechando la distracción paterna, y la galerna de la pasión desbocada, el golpe del amor. En ocasiones, el desencanto, descrito con precisión a la manera de García Lorca en su «Romancero Gitano». «Que yo me la llevé al río/ creyendo que era mozuela,/ y resultó ser un tío/ que por poco me la cuela».
Las romerías son para los jóvenes. Buen título para una película. De ahí la sensación de tristeza que deja la romería sindical de Madrid del primer día de mayo. La de este año, más que tristeza, consternación. Entre los romeros de Comisiones Obreras y los de UGT, apenas diez mil liberados, ya sumados los candidatos del PSOE e Izquierda Unida a la Comunidad y el Ayuntamiento del Foro. Y pocos jóvenes. Y muchos claros, inmensas calvas de asfalto. Otro año lo mismo de siempre, convocados por quienes han traicionado a los trabajadores y presumen de defenderlos desde las poderosas organizaciones sindicales. UGT y CCOO exigiendo trabajo después de despedir al 35% de su plantilla. Romería deshabitada, deslavazada, nada convincente. Aquella canción de cuna del gran Luis Sánchez Polack, «Tip»: «Duérmete niño mío/ que llamo al CCOO/ que castiga al patrono/ que paga poco».
Están en otro siglo. Algunas –menos que otros años– banderas tricolores, feas en su diseño y en lo que creen representar. Buen ambiente y amplias sonrisas en los portadores de la pancarta con un mensaje irónico. En esta ocasión, y es detalle de agradecer, contención en los mariscos posteriores a la romería. Buen día y mejor temperatura. Pero poca afición. Lo dijo, años atrás, el presidente del Osorno Club de Fútbol, unos minutos antes de iniciarse el partido contra el Atlético de Frómista, crucial para conseguir el título de la Comarca de la Valdavia. Contó diecisiete aficionados en las gradas. –No hemos sabido activar a nuestra afición-. Parecido nivel de desconsuelo en los organizadores de la romería sindical madrileña. La afición se quedó en la cama. No tenía alicientes. Aquella opinión brutal del camarero de «Arrumbambaya» el día que Antonio Mingote publicó su primer dibujo en ABC, y que estuvo a punto de acabar con la ilusión del genio: «Lo siento, don Antonio, pero su dibujo no me ha gustado. No le he encontrado ningún aliciente».
Mientras gobernaron los socialistas y dejaron a España en el abismo económico, las romerías sindicales se dedicaron a criticar a los pobres empresarios que se mantuvieron a duras penas para mantener el tejido social y empresarial de España. Contra los autores del despilfarro y el fraude, nada de nada. Y claro, esos detalles desmoralizan y quiebran la credibilidad.
Romería sosa, con pocos romeros, y en su mayoría, maduros y de la tercera edad. Por no haber, no hubo ni pecado contra el Sexto, que eso sí que es un aliciente.
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