José Luis Alvite

Rostros por escrito

Rostros por escrito
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A veces ocurre que la impresión que nos produce un cuadro se malogra en el momento en el que acaba su trabajo el restaurador. Descubrimos entonces que el colorido que conocíamos en el lienzo no tenía mucho que ver con el original y lo que nos sugiere ahora el cuadro supone une revisión a fondo de lo que habíamos pensado hasta entonces. A partir del resultado de la restauración nos encontramos por lo general ante una obra más luminosa y colorista que desmiente cuanto de ella habían escrito los críticos. Hasta es posible que nos sintamos decepcionados y que echemos de menos el estado anterior de la pintura, cuando a la inspiración y al esfuerzo del artistas les había echado una mano el paso del tiempo. Uno piensa entonces que hay ocasiones en las que la belleza es el resultado de un deterioro, una conquista de la desidia, la primorosa consecuencia del abandono. Y nada tienen que ver las conquistas artísticas de la desidia con el empobrecimiento de la belleza del rostro de las mujeres a medida que hace mella el tiempo, porque se trata de una fisiológica belleza sin firma, algo que a ellas les viene dado por la genética, no por la inspiración. Y aun así, he preferido siempre ese rostro femenino lastrado por un dolor, escarmentado por el fracaso o simplemente desdibujado por el desamor. Los rostros impecables y simétricos me resultan inexpresivas muestras de cerámica, aburridos palíndromos que solo me parecen útiles para no estorbar la importancia de cualquier producto al servir como reclamo en su publicidad. Supongo que si eligen a hermosas locutoras para los telediarios será porque sus rostros llaman la atención sin estorbar la noticia y son como las señales de tráfico, que informan al conductor sin distraerlo de la carretera. Me lo dijo de madrugada una fulana en el Savoy: «Mi cara no es para hombres que saben mirar, sino para tipos que saben leer».