Marta Robles
Ruin, miserable e intolerante
Está de moda ser medio perro. Y querer a los animales . Y también mentir. Sobre todo en televisión. Todo por la audiencia, ya se sabe, incluso cambiar a un perro difunto al que una protectora ha tratado de rescatar sin éxito, por otro que proporcione un final feliz al fallido rescate. Ver morir a un can solo y agonizante no es plato de buen gusto ni para la mismísima Cruella de Vil. Por eso, el programa de Cuatro «A cara de perro» no se lo pensó dos veces y se deshizo del «marrón», terminando la historia del animal que llevaba tiempo tratando de rescatar una sociedad protectora de animales, de otra manera. Estaría muy bien si fuera una peli. La ficción sirve, entre otras cosas, para que cada uno coloque los finales que le da la gana; pero pretender ser el salvador de un perro al que el pánico a la raza humana ha hecho imposible recuperar –a saber qué tormentos le ocasionaron los hombres–,y tratar de conseguir el aplauso de los telespectadores por una heroicidad no cometida es caer muy bajo. Sobre todo porque, en el engaño, se oculta la tarea callada, constante, difícil y altruista, de muchos voluntarios que dedican su vida entera a ayudar a los animales, a liberarlos, salvarlos, defenderlos y auxiliarlos y a que tantas veces, como en esta ocasión, se tienen que enfrentar a terribles desenlaces. Aceptar que no se puede salvar a todos los perros sufrientes y dolientes es parte de la tarea de muchas personas buenas volcadas en los animales. Que alguien quiera sacar partido de su esfuerzo y del calvario de las propias víctimas perrunas es ruin, miserable e intolerable.
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