Lucas Haurie
Se echó de menos al crack
Almería nos hizo ayer la gracia de prestar, por segundo año consecutivo, su luz para iluminar el acto de entrega de la II edición de los Premios Imagen de Andalucía, pequeño homenaje con el que este diario agradece el empeño que algunos egregios paisanos ponen en derribar barreras, más mentales que geográficas. Los brindis, claro, fueron con Cruzcampo. Se ausentó, igual que hace un año, el galardonado en la categoría de deportes... pero no piense nadie que el jurado cometió el mismo error dos veces seguidos. No, nadie hubo de perseguir a ninguna estrellita caprichosa del balompié, a ningún desnortado que confunde la admiración de los forofos bramantes con una patente de pleitesía universal. El más admirable deportista de Andalucía no cobra por patear un balón ni se colgará jamás una medalla olímpica. José Manuel Roás Triviño corre sin parar pero nunca gana las carreras en las que participa porque completa maratones junto a su hijo, afectado por una grave enfermedad y postrado en una silla de ruedas. Son el equipo perfecto. Verlo pasar una mañana cualquiera en medio de una marea de «runners2 supone contemplar durante unos segundos a lo mejor de la Humanidad (sí, con hache mayúscula), a la parte más noble de este animal racional capaz también de las peores atrocidades. Una conversación con él, en la que indefectiblemente pondrá por delante su fe católica, es casi como tener delante a la obra de Dios. Porque si el Altísimo es amor, difícilmente existirá mayor muestra de tal que la que esta familia se profesa y esparce con su ejemplo. Pablo Roás, como les pasa a los mejores atletas, está lesionado y no pudo venir anoche a Almería. Reaparecerá pronto y mejor que nunca, porque es nuestro Nadal en tesón y nuestro Federer en clase. Se hace camino al correr.
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