Alfonso Merlos
Se terminaron las bromas
No puede responder con el gamberrismo ni usar las armas del macarra de barra de bar el Estado de derecho que pretende defenderse de sus enemigos. Para contrapesar el desacato, la traición, la deslealtad, el delito puro y duro no puede caber otra cosa que la Ley. Sólo con su peso, pero con todo su peso, hay que reaccionar. Ésta es la manera de prevalecer. Y ahí está Mariano Rajoy, ante el histórico desafío que plantea un separatismo catalán del que los españoles están hasta el copete.
Todo sería mucho más fácil si el Partido Popular hiciese caso de la demagogia y el populismo de UPyD para combatir a las huestes de Artur Mas. Pero el resultado –más descacharrante o aparatoso– sería menos eficaz. Y el pronunciamiento del Tribunal Constitucional, urgido por el Gobierno, pone las cosas en su sitio. Está claro, a partir de ahora para quien no lo estaba, que la declaración de soberanía del Parlamento catalán es un folio que puede ser hecho trizas por cualquiera de los españoles o, si se prefiere, arrugado hasta convertirlo en una bola de papel para ser lanzado a continuación a la papelera. Es lo mismo. Lo que se está haciendo acompasadamente es poner coto a la aberración. ¿Qué es eso de que cualquiera puede decidir si es sujeto soberano y por qué? ¿Qué es eso de guisarse y comerse el derecho a la autodeterminación porque a uno le viene en gana? Basta ya de fantasmadas y payasadas. Se ha terminado la broma. Ni la mayoría de los catalanes quiere la independencia. Ni ese proceso se está conduciendo por cauces distintos a los del atropello. Ni los pastores de esta aventura tienen los pies en el suelo. La Ley, la razón, la fuerza y la mesura van a poner las cosas en su sitio. Ya se están poniendo.
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