Cristina López Schlichting
Sedación sí, eutanasia no
Nadie quiere morir sufriendo. Es importante subrayar que suministrar morfina a un enfermo para quitarle los dolores es una práctica generalizada hoy y aceptada por la Iglesia católica, aunque acorte la agonía del enfermo y acelere la llegada de la muerte. Forma parte de los protocolos habituales de cuidados paliativos. No es esto lo que se discute en Francia, donde la sedación terminal ya formaba parte de la ley desde 2005. Lo que ahora intenta introducir François Hollande es una eutanasia en casos de agonía prolongada o sufrimiento psicológico o físico. Por ejemplo, que un enfermo con cáncer y sin posibilidad de recuperación pueda pedir que le quiten la vida mediante una sedación, aunque no padezca dolores. O que –como ocurre ya en Bélgica –un enfermo profundamente deprimido pida esta «sedación terminal». Es una injusticia escamotear en estos casos la palabra eutanasia. Y el problema de esta nueva legislación que se propone en Francia es que entraña mil peligros. A veces una persona desesperada necesita del empuje y la ayuda de otros para volver a desear vivir (desde luego, es evidente cuando hay una depresión), de manera que su simple criterio personal puede no ser fiable. En otros casos, un médico resueltamente partidario de la eutanasia puede constituir un peligro para el enfermo grave. Acabo de ser absuelta en un juicio en el que el doctor Luis Montes, que aplicó sedaciones terminales en el hospital Severo Ochoa de Madrid, me acusaba de injurias y calumnias por haberme opuesto públicamente a sus prácticas. Varios de los enfermos sedados en el Severo Ochoa no lo habían solicitado. Otros, padecían dolencias que merecían distinto tratamiento, según estableció el Colegio de Médicos de Madrid o, simplemente, no sufrían dolores cuando fueron sedados. El del Severo Ochoa es un ejemplo del problema social que puede desencadenar la aplicación de la sedación terminal cuando entra en el espacio de la eutanasia.
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