Presidencia del Gobierno

Sentido común

La Razón
La RazónLa Razón

Tuve la ocasión de mantener largas conversaciones privadas con Felipe González antes que ganara las elecciones de 1982. Mis referencias afectivas estaban en el alemán Willy Brandt, el austriaco Bruno Kreyski o el sueco Olof Palme. Felipe no emitía mensajes negativos o amenazantes y cuando le preguntaban por el «cambio» que predicaba contestaba para todos «que España funcione». Su error de prometer sacarnos de la OTAN lo pagó con creces con un referéndum que le costó al PSOE ser el primer partido condenado en sentencia firme por financiación ilegal. Se dejó los pelos en la gatera pero nos mantuvo en la Alianza contra gran parte de su partido. A Manuel Fraga, gran patrón de Alianza Popular, le otorgó la figura retórica de «jefe de la oposición», tratamiento que agradó a aquél. Felipe cometió grandes errores, como todo nacido de mujer que pasa catorce años en el Gobierno, pero creo sentía verdaderamente la necesidad de gobernar para todos los españoles y no sólo para su partido y sus votantes. Quizá porque su figura era indiscutible e indiscutida en el PSOE podía permitirse abrirse a otros horizontes. Cuando finalmente perdió ante una mayoría minoritaria de José María Aznar, al que detestaba, no urdió maniobras posibles para cerrar acuerdos parlamentarios contra el PP, sino que dejó que gobernara la lista más votada. No es raro que ahora, a contracorriente, Felipe pida al PSOE que facilite la gobernabilidad de España, lo que obligaría a la abstención en una segunda vuelta de seis diputados socialistas. La dirigencia socialista ha mudado de piel desde ZP y hoy son una mayoría de jóvenes y «jóvenas», funcionarios partidarios con poca armazón intelectual y mucho andamiaje de eslóganes. Navegan con dificultad sobre la literatura europea del XIX y ni atisban cuál puede ser la utilidad de la teoría de Kutta Jukowsky. Tenía razón Alfonso Guerra cuando afirmaba que para cruzar un semáforo había que saber ecuaciones diferenciales. La tropilla ha contestado al viejo líder, ya sin ninguna influencia en el partido, con el reiterativo «no es que no» y la paletada de que PSOE y PP son incompatibles. No son incompatibles los partidos Republicano y Demócrata, ni el SPD con la democracia cristiana alemana, ni los Conservadores con los Laboristas. La incompatibilidad es excluyente, y la última vez que los españoles nos declaramos incompatibles fue un 18 de julio, ahora por cumplir 80 años. El sentido común de Felipe es el menos común de los sentidos.