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La Razón
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Obsesionados por el problema de los católicos divorciados y vueltos a casar, la mayoría de los comentaristas han reducido sus juicios sobre la exhortación apostólica de Francisco a este único punto. Aquí cabe aplicar aquello de que, a veces, un árbol no nos deja ver el bosque. En «La alegría del amor» Bergoglio aborda muchos otros temas apasionantes. En mi opinión, el cambio más importante es el que el Santo Padre introduce en la contemplación del amor humano. Durante veinte siglos Santos Padres, teólogos y Papas han reflexionados sobre el amor y el sexo expresando a veces opiniones completamente contrarias entre sí. Las distintas coordenadas socio-culturales y la evolución de las sensibilidades han contribuido a producir el cambio. El cuarto capítulo de la exhortación, en el número 150, el Papa escribe: «Dios mismo creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus criaturas». Más adelante afirma: «El más sano erotismo, si bien está unido a una búsqueda del placer, supone la admiración y por eso puede humanizar los impulsos. Entonces, de ninguna manera podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de la familia sino como don de Dios que embellece el encuentro de los esposos». Basta comparar estas frases con algunas afirmaciones de San Jerónimo («en el coito con las mujeres los hombres no se diferencian en nada de los cerdos o de los animales irracionales») para comprender el camino recorrido. Todavía persisten hoy en muchos cristianos resabios de una consideración del sexo como algo intrínsecamente nocivo. No encontrarán en el magisterio de Bergoglio ni una línea que apoye semejante interpretación, porque, como escribe, «Dios ama el gozo de sus hijos».