José María Marco
Sigue siendo la economía...
Parece que se impone la idea de que los españoles podemos prescindir de la economía a la hora de votar nuestro próximo gobierno. Es un razonamiento sorprendente, que sólo se explica si se está convencido que las políticas económicas de los demás partidos van a producir como mínimo los mismos resultados que las que ha puesto en marcha el Gobierno del PP en estos cuatro años. Dejando aparte la incógnita relativa de Ciudadanos, de los demás no cabe esperar grandes sorpresas. Conocemos las recetas de los comunistas institucionales (IU) y de la extrema izquierda aspirante a la institucionalización (Podemos). Y sabemos lo que traerán, que es la ruina de nuestro país. Del PSOE se puede esperar cualquier cosa: es lo propio del socialismo español. Si nos fijamos en los resultados, se comprueba que en las legislaturas socialistas nunca se ha creado empleo. Eso en el mejor de los casos. En el menos bueno, hace menos de cuatro años, se han perdido millones de puestos de trabajo. El supuesto por el que tantos electores se disponen a prescindir de la realidad económica es por tanto sumamente débil, por no decir que está francamente equivocado. Además, y aunque no todo sea economía, como tantas veces se dice desde que empezamos a salir de la crisis, se reconocerá que de la economía depende casi todo lo demás. Supongamos que es irrelevante el hecho de que el gobierno del PP ha garantizado la estabilidad del Estado del Bienestar (en particular, la Sanidad, las pensiones y la Enseñanza públicas). Supongamos que es irrelevante también que se hayan superado transiciones institucionales difíciles, como la de la Corona. Supongamos que el Gobierno de Mariano Rajoy no ha hecho nada en Cataluña (es interesante comprobar que el respeto de la Ley no parece relevante en este aspecto, y hay quien pide más liderazgo como quien exige mayor caudillismo). Supuesto todo esto, habrá que calibrar si alguno de estos problemas va a encontrar mejor solución con una continuación de las políticas que nos han sacado de la crisis, o con otras que, como mínimo, garantizan una nueva etapa de estancamiento. Siempre se puede pensar que cuanto peor, mejor, como cuando Luis Garicano pedía el rescate en 2012. Pues bien, esa actitud ni siquiera garantiza una posible renovación –para bien– del Partido Popular. Mucho menos un avance en algo mucho más complicado, como son las reformas políticas e institucionales a escala nacional. No es imprescindible suicidarse para superar un problema.
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