César Vidal

Siria, la última primavera

La Razón
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Las primaveras árabes constituyen uno de los peores ejemplos de subversión padecidos por la Humanidad en décadas. Diseñadas al estilo de las revoluciones de colores con las que se intentó cercar a Rusia apelando a la supuesta sed de democracia, las primaveras árabes tan sólo pretendían sustituir poderes independientes por otros, presuntamente, más sumisos. Como no se trataba sólo de quitar sino también de poner, algunos ya señalamos que las «primaveras árabes» acabarían en «inviernos islámicos». No nos equivocamos. Con el concurso, más o menos explícito, de algunas potencias occidentales, las dictaduras de Libia y Egipto saltaron por los aires. Poco importó que los integristas islámicos se hicieran con el poder y el panorama posterior resultara mucho peor. Siria se convirtió en otro objetivo que, de manera apenas oculta, contaba con el premio añadido de expulsar a Rusia de su única base en el exterior, asomada, por añadidura, al Mediterráneo. La metodología fue la de siempre: provocar desde el exterior manifestaciones contrarias al régimen, esperar a que el dictador desencadenara la represión y proceder entonces a la intervención, supuestamente legítima, para derribarlo. Sin embargo, en Siria, la inmensa mayoría de la población rechazó a los supuestos libertadores procedentes del exterior y cuando ISIS y otros grupos islamistas cercaron Alepo y comenzaron a asesinar a la población civil –de manera privilegiada a cristianos– la oposición a los denominados eufemísticamente «rebeldes» aumentó. Mientras tanto Occidente seguía dando la matraca con la maldad de Assad –un dictador, sin duda, pero que estaba defendiendo a su población incluidos los cristianos de una intervención islámica– con la rebelión popular –terroristas islámicos venidos del exterior– y con la maldad de ISIS, al que no combatía efectivamente. Y entonces llegó Putin. De manera acelerada, Putin puso de manifiesto que se podía acabar con ISIS –¿por qué no lo había hecho Occidente?– que se podía defender a la población civil y que se podía dar resguardo a los cristianos. Mientras de la manera más cínica, determinadas instancias occidentales lo acusaban de criminal de guerra, Alepo fue liberada e ISIS expulsado de Siria. Al final, no ha sido la NATO ni la Casa Blanca ni los que identificaban el 15-M con las primaveras árabes los que han derrotado a los terroristas islámicos. Ha sido Rusia. Dios quiera que, tras la destrucción generalizada y medio millón de muertos debidos a maquiavelos de tercera, Siria haya sufrido la última primavera árabe.