José María Marco
Soberanismo vasco
La plataforma Gure Esku Dago se define a sí misma como «una dinámica (sic) ciudadana». Es, como apuntaban estas páginas de LA RAZÓN, la «ANC vasca» (por la Asamblea Nacional Catalana). Fue creada en 2013, con el «procés» ya en marcha, y el domingo celebró un referéndum en trece municipios vascos. Se trataba, a imitación del 1-O catalán, de movilizar a la población en un movimiento de independencia, esta vez del País Vasco. La experiencia no es nueva, y ya ha habido referéndums en unos cien municipios. Hasta ahora el éxito había sido escaso y la tasa de participación no superaba, en general, el 25% de la población. Es una cifra menor, muchas veces, de la que obtienen las opciones radicales que promocionan este tipo de actos.
Esta vez el fracaso se repitió... y aumentó. Convocados para demostrar que quieren ser «ciudadanos del Estado vasco», tan sólo ha acudido el 13,5% del censo (21.027 personas, de las que un 95 % respaldó la opción). Como era de prever, el proceso soberanista catalán no aumenta el respaldo al independentismo, al contrario. Y este derrumbamiento se produce en un momento en el que la población vasca manifiesta mayoritariamente su alejamiento de cualquier deriva independentista: sólo un 16,9% se dice independentista.
Mientras el PNV cosecha buenos resultados con una calculada política que se aleja del independentismo. El nacionalismo ocupa ahora el centro del espacio político en el País Vasco. Como era de esperar, para mantener ese espacio el PNV debe abstenerse de cualquier veleidad soberanista o independentista. El nacionalismo vasco sabe que su modelo fiscal es una excepción en la Unión Europea y que el «procés» ha laminado al nacionalismo llamado moderado. También recuerda el fracaso del llamado plan Ibarretxe. Ahora bien, el nacionalismo no deja nunca de ser lo que es. No va a abandonar su propio proceso de construcción nacional, aunque sea sin un aparato como el montado en Cataluña. De hecho, el proceso soberanista catalán contaba, al menos antes de septiembre, con la simpatía de un 31% de la población vasca. Por ahora, referéndums como los del País Vasco están lejos de parecer tan peligrosos como los celebrados en Cataluña. Aun así, es responsabilidad de los partidos nacionales mantener la vigilancia sobre derivas como esta. Es la primera lección de lo ocurrido en Cataluña.
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