Martín Prieto
Socialistas en busca de un autor
François Mitterrand se limó los incisivos por no aumentar su aspecto vampírico, fue colaboracionista cuando le convino y socialista cuando le plugo. Tuvo una secreta familia paralela y ocultó su enfermedad terminal, teniendo a mano el maletín nuclear. Pero, al menos, escribía un magnífico francés, demostrado en «El grano y la paja». El metafísico Ingmar Bergman hubo de huir a Dinamarca perseguido por los impuestos progresivos de Olof Palme, pero el escandinavo tenía lugar preferente en la política internacional, vivía en su casa, acudía al cine con su mujer en metro y sin custodios, y por ello le asesinó la extrema derecha policial. Willy Brand fue periodista y traidor a los nazis, regresando a Alemania con uniforme del Ejército noruego. Que Markus Wolfe, jefe del espionaje de la Alemania Oriental, introdujera en su secretaría a su agente Gillaume, fue para dinamitar la «realpolitik» de acercamiento al Este propiciada por aquel gran canciller. Bruno Kreisky, como canciller austríaco usó su condición de judío para mediar entre Israel y los países árabes, reconociendo a la OLP y chocando con Golda Meir. Pasaba los veranos en Mallorca y dio buenos consejos a los jóvenes dirigentes de nuestro primer socialismo, introduciéndoles en la lectura de Karl Popper del que sólo entendió algo Miguel Boyer. Una cita del filósofo austriaco se ajusta a nuestro día de hoy: «Aquello que nos promete el paraíso en la Tierra nunca produjo nada, sino un infierno».
Con sus grandes sombras Felipe González dio un liderazgo al PSOE que no se ha repetido, porque Zapatero deshuesó el partido y el Gobierno en un quilombo de progres insustanciales. Los socialistas madrileños ya fueron detestados por Pablo Iglesias (el de verdad) y Julián Besteiro, y el rifirrafe de ahora es la historia de otrora. Nuestra socialdemocracia ha olvidado el siglo XX, y al contrario de aquellos jerifaltes de antaño, no tiene nada que decir. Pirandelianamente éstos son personajes en busca de un autor.
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